El trabajo, ¿bendición o castigo?
Alejandra María Sosa Elízaga*
Si te ganaras el premio gordo de la lotería, ¿qué sería lo primero que harías?, ¿renunciar a tu trabajo para vivir en permanente vacación?
A esta pregunta mucha gente responde que sí, sin pensarlo dos veces, porque desgraciadamente tiene un trabajo que detesta, pues hace algo para lo que no tiene facilidad, o no le reconocen su esfuerzo, o la maltratan, o no le pagan lo justo.
Por el pecado del hombre, el trabajo se ha convertido, en demasiados casos, en fuente de terrible explotación e injusticias, y quienes lo padecen así, lógicamente viven agobiados, anhelando poder tener aunque sea unos días de asueto, y desde luego alcanzar lo más pronto posible, si acaso fuera posible, la añorada y siempre insuficiente jubilación.
Pero el ser humano no fue creado para quedarse de brazos cruzados, para lo que en italiano llaman: ‘il dolce far niente’ (el dulce no hacer nada).
Lo comprobamos cuando logramos tomar vacaciones: el primer día quizá nos tumbamos ante un bello paisaje y no hacemos nada, pero al día siguiente empezamos a aburrirnos e inquietarnos y no tardamos en ponernos a discurrir qué podemos hacer.
Es que tenemos la tendencia natural de obrar, de trabajar.
En el libro del Génesis se narra poéticamente que Dios creó el universo en seis días, es decir, que trabajó (ver Gen 1-2,3); que creó al ser humano “a Su imagen y semejanza” (Gen 1,27), y que lo primero que le encomendó fue trabajar: lo puso en el jardín del Edén y le pidió: “labrarlo y cuidarlo” (Gen Gen 2,15).
Así que antes de que entrara el pecado en el mundo, cuando el hombre gozaba feliz del paraíso, ¡ya existía el trabajo!
Queda claro que Dios lo pensó como bendición.
Y cuando Adán y Eva pecaron, y Dios le dijo a él que en adelante obtendría con esfuerzo los frutos de la tierra, y comería su pan con el sudor de su frente (ver Gen 3, 19), no le estaba imponiendo el trabajo como castigo.Castigo hubiera sido prohibirle seguir trabajando, mandarlo a pararse en un rincón y quedarse allí, ocioso para siempre.
El castigo consistió en que de ahí en adelante Adán no tendría todo tan fácil, tan a su alcance, sino debería esforzarse, y mucho, por obtenerlo.
Y como todos los correctivos que aplica Dios, fue para bien del propio corregido, pues lo desafió a ingeniárselas para desarrollar al máximo sus capacidades.
Queda claro que en la Biblia el trabajo no es calamidad sino oportunidad.
Jesús dijo: “Mi Padre trabaja y Yo también trabajo” (Jn 5,17), y no sólo Su Padre en el cielo, también Su padre en la tierra.
Si el trabajo fuera castigo, Dios hubiera librado a José de trabajar, pero no lo hizo, ni a éste se le ocurrió pedírselo.
Sin duda se sintió privilegiado de seguir trabajando y enseñó a Jesús a trabajar, y por eso muchos los conocían como el “carpintero” (Mc 6,3) y el “hijo del carpintero” (Mt 13, 55), y por eso en este domingo 1° de mayo, la Iglesia lo celebra como san José obrero.
Encomendémonos a su intercesión, para que a nadie le falte trabajo, y todo trabajo sea, conforme al plan original del Creador, para gloria Suya, bien del trabajador y edificación del Reino de Dios.
Dice el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica: “Para el hombre, el trabajo es un deber y un derecho, mediante el cual colabora con Dios Creador. En efecto, trabajando con empeño y competencia, la persona actualiza las capacidades inscritas en su naturaleza, exalta los dones del Creador y los talentos recibidos; procura su sustento y el de su familia y sirve a la comunidad humana. Por otra parte, con la gracia de Dios, el trabajo puede ser un medio de santificación y de colaboración con Cristo, para la salvación de los demás.” (CCEC #513).