Sus manos
Alejandra María Sosa Elízaga**
El recuerdo más antiguo que tengo de las manos de mi mamá es de cuando me enseñó a hacer la señal de la cruz.
También cuando me sentaba en su regazo después de bañarme, para secarme el pelo y contarme cuentos que ella inventaba y que aún recuerdo.
Cuando cosió un vestidito para mi muñeca, idéntico al que hizo para mí.
Cuando daba golpecitos en mi puerta, despertándome para ir a la escuela.
Cuando desenvolvía un dulce y me convidaba la mitad.
Cuando jugábamos damas chinas.
Cuando me enseñó a bordar y a tejer.
Cuando picaba cerezas, nueces, pasas, acitrones, y revolvía una masa oscura que olía a piloncillo y especias que luego metía a hornear para hacer roscas navideñas que solía regalar, y de las que partía para nosotros la mejor.
Cuando escribía su diario a mano, y cuando usaba su antigua máquina de escribir.
Cuando al volver de un viaje sacaba de su maleta un recuerdito para mí.
Cuando tocaba el piano.
Cuando se ponía y me ponía un toquecito de su perfume.
Cuando nos hacía reír al parar sobre la mesa los dedos índice y medio de ambas manos (con las uñas hacia abajo) y los movía al ritmo de cierta canción, como si fueran piernas de un par de bailarines.
Cuando pasaba las cuentas de un Rosario que heredó de su mamá y que rezaba sentada en su cama, todas las noches antes de acostarse.
Hoy las manos de mi mamá se han vuelto pequeñas, frágiles, arrugaditas: se le translucen sus venas, y tienen muy delicada la piel.
Me da ternura ver en uno de sus dedos dos argollas de matrimonio, la suya y la de mi papá, fallecido hace cinco años y con el cual celebró 65 de casados.
Ya no se mueven mucho las manos de mi mamá, pero todavía las usa para llevarse a la boca los postres que le encantan, para señalarnos lo que quiere, y decir sí o no.
También las usa para bromear conmigo despidiéndome al estilo de Rodolfo Valentino en una película muda que vimos una vez, y para lanzarme un beso y sobarse como si le hubiera pegado fuerte el que le aviento yo.
Amo las manos de mi mamá, que me arroparon, criaron, y siguen comunicándome su amor.
Y las amo más porque con ellas nos ha dado a sus hijos, nietos y bisnieta lo mejor que pueden dar unas manos maternales: su bendición.
Usa siempre la fórmula bíblica y nos bendice despacio, mientras dice quedito, como hacen en todo el mundo millones de mamás:
“Que el Señor te bendiga y te guarde; haga brillar Su rostro sobre ti y te conceda Su favor; que el Señor te mire con benevolencia y te conceda Su paz” (Num 6, 24-26).
Doy gracias a Dios porque mi mamá cumple 94 años este domingo 11 de noviembre, y le pido que la siga colmando de Su amor y Su ternura.
¡Feliz cumpleaños, mamita linda!
También en la pag web de 'Desde la Fe' (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx)
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