y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

El sendero recto

Alejandra María Sosa Elízaga**

El sendero recto

‘¡La distancia más corta entre dos puntos es la línea recta!’ Así dijo mi papá, qepd, apresurando el paso para ir derecho a donde había un techo bajo el cual resguardarnos. Habíamos ido a caminar a un bosque, y seguíamos un senderito marcado por el paso de la gente, era bello y ondulaba entre los árboles; salimos bajo una llovizna ligera (nunca dejábamos que un ‘chipi chipi’ interfiriera con nuestra caminata), pero como empezó un aguacero queríamos salir lo más pronto posible de la zona arbolada para llegar a la techada. Mi papá tenía razón, ir en línea recta era más corto, pero no más fácil: el pasto estaba muy crecido, teníamos que saltar charcos y andar con cuidado en partes lodosas; pero sin duda fue lo mejor.

Recordé esto al meditar el Salmo que se proclama este domingo en Misa, uno muy conocido y favorito de mucha gente, que inicia así: “El Señor es mi pastor, nada me falta...” (Sal 23,1). En la traducción del misalito, la segunda estrofa dice: “Por ser un Dios fiel a Sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú estás conmigo.” (Sal 23, 3-4). Desde luego lo del sendero ‘recto’ se entiende en sentido moral; queda claro al ver que la Biblia de Jerusalén lo traduce como: “senderos de justicia”. Pero reflexioné en que Dios también nos guía por un camino recto en el sentido de que quiere que vayamos derechito hacia Él, sin dar vueltas. Y como ese camino recto no da rodeos, a veces le toca cruzar por “cañadas oscuras” (en la traducción bíblica: “valle tenebroso”). Se comprende así que aunque nos guíe el Pastor, a veces nos toque atravesar por situaciones difíciles, tristes, dolorosas. Es que el mejor camino no es el más fácil sino el que nos lleve derechito hacia Él. Pero no debemos temer. No caminamos solos. Nuestro Pastor, no nos conduce a ‘control remoto’, lanzándonos indicaciones desde el cielo, sino que va caminando con nosotros. Recuerdo que en aquella ocasión con mi papá, yo no temía ir a meter el pie en un hoyo o resbalarme, porque iba fijándome muy bien dónde pisaba él para pisar también allí; me sentía segura yendo con él y poniendo mis pies sobre sus huellas.

Podemos caminar con confianza, no porque el camino sea fácil sino porque no estamos solos al recorrerlo. Así, cuando en nuestro recto sendero nos toque atravesar por situaciones de prueba y oscuridad, podemos decirle al Señor, como el salmista: “Nada temo porque Tú estás conmigo. Tu vara y Tu cayado me dan seguridad” (Sal 23, 4).

*Publicado el domingo 22 de julio de 2012 en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, año XVI, n.804, p.6. También en la pag web de ‘Desde la Fe (www.desdelafe.mx) y en la del Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (www.siame.com.mx).
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