¿Perder la fe?
Alejandra María Sosa Elízaga**
Qué tristeza me da cuando me entero de que alguien que falleció afirmaba haber sido creyente pero haber perdido la fe.
Me acongoja imaginar su desesperación al darse cuenta de que su muerte era inminente, pues no la consideraba puerta hacia otra vida sino brusco portazo que le encerraría en un agujero oscuro y le haría volver a la nada de la que pensaba haber salido.
Que triste que alguien crea que su única esperanza después de morir será que a sus familiares y amigos no les dé Alzheimer (para que no pierdan la memoria), pues ya sólo podrá seguir viviendo en calidad de recuerdo.
Y qué doloroso para ellos, si acaso comparten el mismo concepto, experimentar la inconsolable desesperanza de pensar que han perdido a su ser querido para siempre y que nunca jamás le volverán a ver.
Puedo entender que alguien nunca haya creído, si nadie nunca le habló de Dios, pero me cuesta imaginar que quien alguna vez creyó en Dios, deje simplemente de creer en Él.
Comprendo que un creyente se enoje y se aleje de Dios, pero ¿que de un día para otro niegue Su existencia?, ¿cómo puede, por ejemplo, pasar de creer que Dios hizo el mundo a pensar que la Creación se hizo sola y su perfección es obra de la casualidad?
Me pregunto qué puede motivar a alguien a perder así la fe, y la única explicación que se me ocurre es que no la perdió sino que nunca la tuvo.
Porque la fe auténtica no consiste simplemente en pensar que Dios existe, sino en descubrir, como decía el poeta Claudel, que Dios es “Alguien” con quien puedes establecer una relación personal en respuesta a Su iniciativa de amor; Alguien a quien no puedes negar, abandonar o hacer a un lado aunque no lo entiendas o te cueste cumplir Su voluntad, pues no puedes dejar de captar Sus huellas en tu vida, y te consta que está Vivo y presente junto a ti todos los días de tu existencia y desde luego al final, esperando a ver si quieres pasar con Él la eternidad.
En este tiempo pascual, oremos por quienes han muerto sin esperanza de resucitar, y por quienes viven todavía sin fe, para que no se resignen a prescindir de Dios y un día mueran dándole la espalda, sino aprovechen que todavía están a tiempo de recuperar su relación con Aquel que los está esperando siempre y pone todo de Su parte (ver Is 65,1) para que todos puedan, a buena hora y desde ahora, empezar a disfrutar del encuentro con Él.