Reflexión para la Tercera Semana de Adviento
Alejandra María Sosa Elízaga**
“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito; estad alegres. El Señor está cerca” (Flp 4, 4-5).
Con este llamado de san Pablo, que se proclama como Antífona de Entrada, inicia la Misa en este Tercer Domingo de Adviento, que es llamado ‘Domingo Gaudete’, (palabra en latín que significa: ‘alegraos’, y por eso a este domingo también se le conoce como ‘domingo de la alegría’, se suaviza un poquito el color morado propio del Adviento y el celebrante puede usar vestiduras rosadas).
Se trata de expresar alegría porque ya se acerca el Señor, alegría que no sólo se refiere a que ya falta menos para Navidad, sino también a que cada día que pasa nos acercamos más al encuentro definitivo con el Señor, con Aquel que nos ama, que nos comprende, que nos juzga con misericordia y que quiere nuestra salvación.
Y si hay por allí alguien a quien pensar en el encuentro con el Señor le provoca temor, porque le da miedo salir reprobado a la hora de entregarle muy malas cuentas, cabe recordarle que está a buena hora para cambiar de rumbo, reorientar sus pasos hacia Dios y comenzar a vivir cumpliendo Su voluntad.
Y Su voluntad para nosotros este domingo es que nos alegremos.
Con tantas malas noticias en el mundo, en el país, y quizá también en nuestras comunidades y familias, podría parecer una cruel broma que se nos invite a alegrarnos, ¿cómo?, ¿por qué podríamos alegrarnos?, ¿es posible alegrarse en medio de tantas razones para el desaliento, el enojo, la indignación, la desesperanza?
¡Sí es posible!
Desde luego, la primera y fundamental razón para nuestra alegría es la que dice el profeta Isaías en la Primera Lectura. “Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios” (Is 61,10).
Se nos invita a alegrarnos en el Señor. ¿Cómo se hace eso?
Cabría considerar al menos tres formas:
- Ser conscientes de todo lo que Dios ha hecho por nosotros: que nos dio la vida, cuanto somos y tenemos; que nos ama sin que lo merezcamos; que nos asiste y colma con Su gracia y que nos invita a vivir con Él eternamente. Meditar en ello nos deja siempre gozosos.
- Ya que el Señor es la fuente de nuestra alegría, ¡acudir a saciarnos en esa fuente! Acercarnos a Él, a pedirle perdón en la Confesión, a recibir Su abrazo, Su Palabra, a Él mismo en la Eucaristía; darnos tiempo para hablar con Él, y también para escucharlo, para estar con Él, adorándolo y disfrutando Su amorosa cercanía.
- Alegrarnos en Dios que está en los demás, descubrirlo y amarlo en ellos, en especial, en los más necesitados. Y al respecto, cabe hacer la siguiente:
PROPUESTA:
En esta tercera semana de Adviento, responde al llamado a la alegría, poniendo en práctica una fórmula infalible que nos dio el propio Jesús, y que por cierto es la única frase Suya que no aparece en ningún Evangelio (lo sé porque un día pasé largo rato revisando ‘concordancias bíblicas’ a ver si la encontraba y ¡nada!, hasta que ¡por fin di con ella!, ¿sabes dónde? en Hechos de los Apóstoles). Nos la transmite san Pablo:
“Hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: ‘Mayor felicidad hay en dar que en recibir’...” (Hch 20, 35).
No compres regalos sólo para quien también te puede regalar, y menos para obtener favores o apantallar. Estás a buen tiempo para comprar o preparar, en la medida de tus posibilidades, regalos para darlos anónimamente a alguien que esté en necesidad.
Atrévete a regalar por el gusto de dar, por amor a Dios y a los demás, con generosidad, y experimentarás la verdadera alegría de la Navidad.