y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

¡Tiene sentido!

Alejandra María Sosa Elízaga*

¡Tiene sentido!

He estado leyendo un libro que contiene fascinantes breves relatos autobiográficos de 23 personas de los más distintos orígenes, ocupaciones, ideales, etc. que tienen en común que hicieron lo que jamás hubieran imaginado o siquiera querido: se convirtieron en católicas. Y algo que suelen mencionar es que cuando dejaron de leer lo que otros dicen acerca de la Iglesia Católica, que suele ser falso, y empezaron a leer lo que ésta enseña, descubrieron azoradas que su enseñanza tenía lógica, era coherente, ¡tenía sentido!

En muchos casos eso fue lo que detonó su conversión.

Menciono esto porque el 15 de agosto, se celebra la Solemnidad de la Asunción de María, es decir, que al final de su vida María fue asunta (llevada) al Cielo en cuerpo y alma.

Es un dogma de la Iglesia, es decir, una verdad de fe que los católicos debemos creer.

¿En qué se basa este dogma? Desde luego que primero que nada, en la Sagrada Escritura, que aunque no lo diga explícitamente, sí lo implica. Por ejemplo, si sabemos de dos personajes bíblicos, Enoch y el profeta Elías, que fueron llevados vivos al Cielo (ver Gen 5, 24; Heb 11,5; 2Re 2,11), se puede deducir que no es algo imposible que, al igual que ellos, María haya sido llevada al Cielo.

Y si leemos en el Salmo 16, 10 que Dios no dejará que Su fiel experimente la corrupción, ello bien puede aplicársele a María, la más fiel a Dios.

También la Tradición avala este dogma. Desde los inicios del cristianismo se tenía claro que María no estaba sepultada en ninguna parte. De haberlo estado, su sepulcro hubiera sido sitio de incontables peregrinaciones.

Y el Magisterio de la Iglesia enseña que así como Jesús preservó a María de la mancha del pecado original, así también la preservó de la corrupción del sepulcro. Se mantuvo inmaculada, de cuerpo y alma, de principio a fin como correspondía a la Madre de Dios.

Pero hay algo más, que vale la pena tomar en cuenta: la lógica. Tiene sentido que Jesús haya querido que Su Madre amadísima fuera asunta al Cielo.

Consideremos esto, y permítanme que sea un poco cruda, pero no me dejarán mentir: cuando se nos muere un ser muy querido, evitamos pensar en lo que le pasa a su cuerpo. No conozco nadie que se ponga a visualizar cómo lo creman o, si lo enterraron, imagine cómo se va descomponiendo poco a poco. Sería morboso y sórdido pensar en eso y afortunadamente podemos evadirlo porque no tenemos que verlo.

Pero en el caso de Jesús, Él no hubiera podido evadirlo, no hubiera podido ‘no ver’ algo, pues siendo Dios todo lo ve. Así que si Su Madre se hubiera quedado descomponiéndose en un sepulcro, Él hubiera tenido que presenciar ese horror. ¿Cómo iba a dejar que se corrompiera el cuerpo de Aquella que incondicionalmente lo acogió en su seno, lo amó, lo dio a luz y lo acompañó aún al pie de la cruz? ¿Cómo iba a permitir que la podredumbre de la muerte desfigurara a la que, en todas sus apariciones reconocidas por la Iglesia, es descrita como la Mujer más bella que ha existido?

Por ser Su Hijo, no podía permitirlo, y por ser Dios no lo permitió.

Los dogmas de la Iglesia nos dan una base sólida, firme para afianzar nuestra fe. Y no sólo deben, sino pueden ser creídos porque no son inventados, son deducidos de la Escritura, avalados por la Tradición, enseñados por el Magisterio de la Iglesia, y además ¡tienen sentido!

 

Publicado el domingo 11 de agosto de 2024 en la pag web de Desde la Fe, de la Arquidiócesis de México, y en las pag web y de facebook de Ediciones 72