Cerca pero ¿lejos?
Alejandra María Sosa Elízaga**
Unos novios toman un refresco en una mesa al aire libre; los rodea un hermoso paisaje, pero ni lo miran ni se miran; cada uno está ocupado enviando mensajes por su celular.
Una señora camina de la mano de su niña, a la que recogió de la escuela; la chiquita muere de ganas de platicarle lo que le pasó hoy, pero su mamá viene demasiado entretenida, charlando por teléfono.
Un viejito sentado en una banca, come en silencio su helado; no tiene con quien platicar; su nieto, sentado junto a él, ha pasado todo el rato checando su internet.
Cada vez es más común que la gente privilegie la comunicación virtual y descuide la comunicación directa, real.
Como bien dice una amiga, ‘el celular acerca a los lejanos, pero aleja a los cercanos’.
Nos vamos acostumbrando a no estar en lo que estamos ni con los que estamos, sino con la mente en otra parte y con otras personas a las que tal vez no conocemos más que a través de la ‘red social’.
Y desgraciadamente también ocurre esto en nuestra relación con Dios.
El otro día en Misa el padre preguntó de qué trató la Primera Lectura y ¡muchos de los asistentes no tenían ni idea! La acababan de oír, pero no la escucharon.
También suele suceder que al orar, la voz repita ‘en automático’ las palabras, mientras se piensa en otra cosa.
Y ni hablar de lo que pasa con frecuencia en la fila para comulgar: gente que va saludando a los que va viendo; que comulga y regresa a su lugar a ponerse a platicar con todos menos con Aquel que acaba de recibir.
Al respecto cabe recordar una frase que dijo san Agustín, a quien por cierto, la Iglesia celebra este jueves 28 de agosto.
En un precioso pasaje de sus ‘Confesiones’, se dirige a Dios lamentando haberlo conocido tan tardíamente en su vida, y recordando cómo se comportaba antes de su conversión, reconoce: ‘Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.”
Dios está siempre con nosotros, somos nosotros los que no siempre estamos con Él.
Nos dejamos distraer por miles de cosas, pero esas cosas no sacian nuestro corazón, y por eso vivimos llenos de tristeza, desesperanza, frustración.
Decía un famoso cantautor argentino ya fallecido: ‘no estas deprimido, estás distraído’, es decir, te deprimes porque no estás prestándole atención a aquello que podría alegrar tu corazón.
Y ¿qué puede alegrar más nuestra vida que tener a Dios?
Escucharlo y saber que nos escucha; recibir Su amor, Su perdón; y entrar en comunión con Él en la Eucaristía, ¡no hay en este mundo mayor alegría!
Pero para experimentarla tenemos que estar atentos, abrirnos a ella.
Por eso pedía san Francisco de Sales, que procuremos mantener, a lo largo de toda nuestra jornada, una constante conciencia de la presencia de Dios.
Él ya está con nosotros.
Nos toca a nosotros darnos cuenta y reaccionar; aprovechar que para comunicarnos con Él no necesitamos celular...