Luz
Alejandra María Sosa Elízaga* *
Tenía bellos ojos claros, pero no podía ver.
Y como ya octogenaria se fracturó la cadera, pasó dieciséis años acostada y ciega.
Sin embargo había una luz en su vida. Una nieta pequeña, flaquita y sensible, que iba a leerle sus libros favoritos, y a la que permitía admirar los objetos que atesoraba en los cajones de su cómoda.
Su querida abuela dejó un recuerdo imborrable en el corazón de aquella niña.
Tal vez por eso, estando ya casada y con cinco hijos (la última de los cuales fui yo), le impactó tanto conocer a unas chiquillas invidentes que estudiaban en la escuela para ciegos en Coyoacán, y quiso hacer algo por ellas, así que con su mamá y unas amigas fue a enseñarles catecismo y a prepararlas para la Primera Comunión.
Pronto descubrió que esas chiquitas requerían apoyo, así que rentó una casa, consiguió que unas religiosas las atendieran, y sin cobrar ni un centavo y a base de donativos de personas de buen corazón, las albergaba durante la semana y les proporcionaba alimento, vestido, clases, y formación espiritual.
Y cuando al correr de los años requirió una casa más grande, por real ‘Dioscidencia’, una generosa dama le legó ¡la cantidad exacta que costaba la casa que necesitaba!
Tiempo después, mi mamá, inquieta como era, quiso fundar un hogar para albergar a varoncitos, y con su típica persistencia, no paró hasta conseguirlo.
Asistida siempre por la Divina Providencia obtuvo un gran predio donde edificó dos casas hogar que durante décadas acogieron a niños y niñas invidentes, que gozaron de un ambiente seguro, educación y cariño, que hizo de ellos hombres y mujeres de bien.
Lamentablemente llegó un día, poco después de fallecido mi papá, en que mi mamá, por su avanzada edad, ya no pudo ir, como le gustaba, a rezar el Rosario con los niños y darles de merendar, ni encargarse de los asuntos de las casas, así que aceptó que cerraran, con todo el dolor de su corazón. Y cuando a los pocos años se mudó al cielo, las casas siguieron cerradas.
Pero ahora, a días de cumplirse medio siglo de que ella fundara ADEI (Patronato de Amigos del Estudiante Invidente, IAP), sus instalaciones ¡abren de nuevo!
Bisnieta de la viejita que inspiró esta obra, e hija de su fundadora, mi hermana Raquel de la Luz, retomará la estafeta familiar, presidirá el patronato, y mantendrá su objetivo de asistir a invidentes, aunque de modo diverso al anterior.
En esta nueva etapa, ambas casas constituirán un centro de apoyo para la educación integral y el desarrollo creativo de personas con discapacidad visual.
Allí podrán acudir a recibir, entre otros, curso básico de braille y uso del bastón, capacitación laboral, enseñanza musical, así como participar en actividades culturales que estimulen su creatividad.
La casa Cristina (llamada así en honor de mi mamá), cuenta con capilla; comedor; habitaciones para hospedar mujeres invidentes; biblioteca de audiolibros y textos en braille; sala de música; aula de manualidades, y área de entrenamiento de perros guías.
En casa Manuel (llamada así en honor de mi papá, que tanto apoyó esta obra), se planea contar con estudio de grabación, aulas y talleres, así como habitaciones para hospedaje de varones invidentes.
Oremos para que este nuevo proyecto dé frutos buenos y abundantes, y sea fiel al lema que inspiró a mi mamá desde su infancia: “Mi alegría es ser luz en el camino de mis semejantes”.
El centro de ADEI, (Calle Chica #45, col. Toriello Guerra, Tlalpan), se sostendrá con donativos deducibles de impuestos y donativos en especie.
Si deseas ayudar, asistir o recibir informes puedes llamar al teléfono 54 24 14 69, visitar la pag www.adei-iap.org o escribir al correo: info@adei-iap.org