¿Es mentira que no existe el diablo?
Alejandra María Sosa Elízaga* *
Nos aseguró que no existe el diablo.
Era un maestro de Biblia que daba estupendas clases, tenía un gran conocimiento y un enorme carisma, y nos enseñó a descubrir y amar la Palabra de Dios, pero según él, cuando la Biblia habla de endemoniados se refiere a enfermos mentales y cuando habla del demonio se refiere a la maldad humana.
Nos hizo sentir que tomar al pie de la letra los textos de la Sagrada Escritura sobre el diablo era una ridiculez pasada de moda, una idea ya superada, y quienes querían sentir que pertenecían al selecto grupo de creyentes ‘de avanzada’, de esos pocos ‘iluminados’ que tienen un conocimiento secreto, especial, superior al de la mayoría, aceptaron su afirmación sin cuestionarla.
Otros, en cambio, empezamos a encontrar demasiadas citas bíblicas que mencionaban al demonio en un contexto en el que resultaba imposible interpretar que se trataba del ‘mal’ en abstracto, y más bien quedaba claro que se referían a un ser personal (por ej: Mc 1,34; 5, 1-20; Lc 4, 33-35).
Así que para salir de dudas, hicimos lo que siempre hay que hacer en estos casos: consultar qué dice el Catecismo de la Iglesia Católica, qué enseña al respecto.
Es que las verdades básicas de la fe católica no pueden depender de la opinión personal de cada uno, de lo que cada quien encuentre lógico o fácil de creer.
Una de las razones por las cuales Jesús fundó la Iglesia fue para que hubiera una autoridad competente que pudiera enseñar a los fieles sin error, para lo cual le prometió enviarle al Espíritu Santo que la guiaría a la verdad.
Por ello, como católicos no podemos conformarnos con lo que enseñe un maestro, por simpático u ocurrente que sea, sino verificar que su enseñanza coincida con la del Magisterio de la Iglesia. Y en este caso, lamentablemente, no coincidía.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), que el diablo, o Satán, es un ángel caído, una criatura que libremente optó por enemistarse con Dios (ver CEC 391).
Así pues, no cabe interpretar que cuando la Biblia habla de demonio habla de un mal del corazón humano. Cuando habla del demonio habla de un ser personal, espiritual.
Afirma el Catecismo, que Satán es poderoso por ser espíritu puro, actúa en el mundo por odio contra Dios, y puede causar graves daños, de naturaleza espiritual e incluso física (ver CEC 395).
Queda claro que el diablo existe, y negar su existencia no sólo es una herejía que contradice la enseñanza de la Iglesia, sino entraña el riesgo espiritual de considerar que no hay problema ni peligro de participar en prácticas de ocultismo o en rituales satánicos. ¡Sí lo hay!
El especialista en satanismo, Carlo Climati, responsable de la Oficina de Prensa del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, en entrevista publicada el pasado 29 de junio en el Semanario ‘Desde la Fe’, dio el preocupante dato de que muchos jóvenes recurren a estas prácticas, tal vez buscando diversión, emoción, poderes ocultos. Y sin saberlo se adentran en un terreno muy peligroso, el de aquel que es el enemigo de Dios.
Quien entra en tratos con el demonio, quien le abre la puerta, quien se coloca voluntariamente bajo la influencia de “la seducción mentirosa del que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios” (CEC 394), puede perder su salvación; pone su alma en grave riesgo de condenación.
Es importante conocer el peligro que se corre, pero conocer también la salida. Afirma el Catecismo que Satanás no tiene poder infinito ni puede impedir la edificación del Reino de Dios (ver CEC 395), y que Jesús “se manifestó para deshacer las obras del diablo” (1Jn 3,8).
Así pues, para no caer en las redes del Maligno cabe hacer dos cosas:
En primer lugar no pensar que no existe, eso es una falsedad promovida por él mismo (no en balde Jesús lo apodó: ‘padre de la mentira’ -Jn 8,44), y en segundo lugar, y no menos importante, seguir el buen consejo de san Pedro: “estad atentos, porque vuestro enemigo el diablo, como león rugiente ronda buscando a quien devorar, resistidle firmes en la fe” (1Pe 5, 8-9), en la fe de la Iglesia, que nos enseña la existencia de este enemigo de Dios, y nos enseña que la mejor manera de oponerle resistencia es tomarnos firmemente de la mano del Señor, para vivir tranquilos bajo el amparo poderoso de Su amor