¿Desconfías o abusas de la Misericordia Divina?
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘La Santa Regla’ se titula un librito que san Benito escribió para sus monjes. Es una obra muy leída, no sólo por los benedictinos, sino por hombres y mujeres en todo el mundo, pues contiene sabios consejos para alcanzar la santidad. Entre ellos se halla éste: ‘No desesperar nunca de la misericordia de Dios.’
¿A qué se refería? A quien cree que ha cometido un pecado tan grande que no tiene perdón de Dios; a quien se sigue confesando de un pecado ya confesado y absuelto, porque no cree que de veras Dios lo haya perdonado; a quien ha caído tantas veces en el mismo pecado que cree que ya hartó a Dios y no lo perdonará más. Podría seguir enumerando ejemplos, pero basten éstos. Quien desespera de la misericordia divina ignora lo que afirma la Biblia una y otra vez: que “la misericordia de Dios es eterna”.
Cuando Jesús se apareció, en una revelación privada, a la religiosa polaca santa Faustina Kowalska y le dijo que deseaba que en el Segundo Domingo de Pascua se celebrara Su Divina Misericordia, le dio a conocer que más que nuestro pecado, lo que más le duele es que no nos acojamos a Su Misericordia, que no confiemos en que ésta es inagotable.
Así que nunca jamás hemos de pensar que un pecado que cometimos es mayor que el amor del Señor, ni que sobrepasa Su deseo y capacidad de perdonarnos. Dice san Pablo que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20). Es soberbia pensar que somos más poderosos que Dios, que nuestros pecados son más grandes que Su Misericordia. No lo son.
Cada vez que pecamos y nos arrepentimos y le pedimos perdón, nos perdona. No importa qué tan bajo hayamos caído o qué tanto hayamos pecado. No lo pongamos nunca en duda.
Ahora bien, que la confianza en la Misericordia Divina no nos vaya a hacer caer en el otro extremo: en el de abusar de ella pensando que como Dios es taaaan Misericordioso, podemos vivir como se nos dé la gana y cometer toda clase de pecados, pues ya tendremos tiempo de arrepentirnos y pedirle perdón, aunque sea en el último minuto de nuestra vida, y de seguro nos perdonará. Quien vive pecando probablemente morirá como vivió y corre el grave riesgo de que llegado su momento final no se arrepienta. Esta semana me contó una señora que su marido moribundo, que había hecho muchas cosas malas en su vida, no quiso recibir al sacerdote que fue a confesarlo. Dijo que todo lo que había hecho estaba bien. En esa actitud se presentó ante el Señor. Demasiado tarde, y cuando ya no había remedio, se debe haber dado cuenta de su fatal error.
Pidamos al Señor que nos libre de desconfiar y de abusar de Su Divina Misericordia. Que nos acojamos a ella siempre que caigamos, y, sostenidos por ella, nos levantemos.
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Aprovecho este espacio para comentarte que este 20 de abril cumplo 20 años de colaborar ininterrumpidamente en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México. Doy gracias a Dios que me ha dado, como decía mi mamá, qepd, ‘vida, salud y licencia’ para perseverar todo este tiempo en la bella y exigente tarea de difundir la fe cada semana, por este medio. Y le pido que haya sido y siga siendo, para gloria Suya y bien de los lectores, por quienes diario le pido les bendiga, les ayude en su necesidad y les dé Su gracia para cumplir en todo Su voluntad.