En esta Cuaresma, ¿de qué vas a abstenerte para siempre?
Alejandra María Sosa Elízaga*
“¿Cómo que ‘para siempre’? ¡No inventes! ¡Si estoy esperando con ansia que acabe la Cuaresma para terminar mi abstinencia, ya parece que voy a continuarla siempre!”
Esto es lo que respondería mucha gente si se le propusiera que, a diferencia de los años anteriores, en éste no considere la Cuaresma una especie de ‘pausa’ durante la cual, a modo de sacrificio, se priva de hacer o comer o practicar algo que disfruta, sólo para retomarlo con igual o mayor intensidad una vez que llegue la Pascua, sino que siga privándose de aquello toda su vida. ¡Uf, ni de chiste!
A quien, por ejemplo, deja de tomar café o de comer chocolate durante los cuarenta días, ¡tarde se le hace, en cuanto éstos terminan, para disfrutar su apetecida tacita o un huevito de Pascua! La idea de que esa abstinencia sea permanente es impensable.
Es que podemos aceptar privarnos temporalmente en Cuaresma de un bien lícito, del que disfrutamos con medida, pues sabemos que ello ayuda a fortalecer nuestra voluntad, a valorar lo que tenemos y solemos dar por sentado, e incluso a ahorrar lo que gastábamos en aquello de lo que nos privamos, y usar esa cantidad para donarla a alguna obra de caridad. Saber que será un esfuerzo temporal nos anima a realizarlo con entusiasmo y a perseverar hasta el final del tiempo cuaresmal. Y está bien, así debe ser.
Lo que aquí se propone no es continuar indefinidamente esas prácticas, sino hacer algo más. Es que dejar de comer carne los viernes de Cuaresma es realmente el mínimo requerido, no hay que conformarnos con eso. Entonces, ¿qué podemos hacer?, ¿privarnos de más cosas? No. Tampoco ésa es la solución. Créanme, ya lo intenté. Confieso que hace años en una Cuaresma decidí dejar el chocolate, que solía comer de postre en la comida. Pero lo compensé comiendo dulces. A la siguiente Cuaresma dije: ‘ajá, pues ahora dejo el chocolate y los dulces’, pero compensé comiendo galletas. Entonces a la siguiente Cuaresma me abstuve de chocolates, dulces y galletitas, pero compensé comiendo cacahuates. A la siguiente Cuaresma pensé en abstenerme de chocolates, dulces, galletitas y cacahuates, y ya no hallaba de qué más abstenerme, cuando gracias a Dios empecé a tener por director espiritual a mi tío Salvador, qepd, sabio sacerdote al que cuando le conté que iba yo añadiendo y añadiendo abstinencias cada Cuaresma, me dijo: ‘¿y a dónde quieres a llegar?, ¿a no comer nada? No se trata de que te acorrales a ti misma hasta privarte de todo lo que disfrutas. ¡Ése no es el sentido de la abstinencia en Cuaresma!’
Me explicó que como cristianos, nuestra meta en la vida es asemejarnos a Cristo; que todo lo que la Iglesia nos ofrece (los Sacramentos, las oraciones, las prácticas piadosas, etc.), tienen como objeto ayudarnos a lograr esa meta, que no podemos alcanzar por nosotros mismos, sino sólo con la gracia de Dios.
Me dijo que la Cuaresma es un tiempo privilegiado en el que se nos invita a realizar prácticas que nos ayuden a asemejarnos más a Cristo, y a privarnos de aquello que nos estorbe para ser como Él.
Hizo notar que cuando se practica algo durante un cierto tiempo seguido, por ejemplo un mes, se logra establecer un hábito, una costumbre, así que los cuarenta días de la Cuaresma sirven muy bien para acostumbrarnos a hacer o a dejar de hacer aquello que elegimos como práctica cuaresmal. El problema es que si al final de la Cuaresma retomamos aquello de lo que nos privamos, ya no consolidamos ese buen hábito que habíamos adquirido. Por eso, aparte de cumplir con el mínimo que nos pide la Iglesia durante la Cuaresma (que consiste en abstenernos de carne los viernes cuaresmales, y ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo), conviene elegir algo de lo que empecemos a abstenernos de aquí en adelante, para que los cuarenta días en que practicaremos dicha abstinencia, nos ayuden a acostumbrarnos a ésta, y cuando termine la Cuaresma, nos resulte sencillo continuar absteniéndonos de aquello, y que esta privación nos ayude a eliminar lo que nos estorbe para ser más como el Señor en caridad, comprensión, generosidad, perdón, es decir, en amor.
Así pues, atrévete a preguntarle, en esta Cuaresma, ¿de qué quiere que empieces a abstenerte para siempre?