Por la unidad de los cristianos
Alejandra María Sosa Elízaga*
Esta semana terminó el ‘octavario de oración por la unidad de los cristianos’, ocho días que la Iglesia dedicó a orar para pedir a Dios que todos los cristianos estemos unidos.
¿Por qué orar por esto? Porque Jesús mismo pidió: “Que todos sean uno, como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado.” (Jn 17, 21).
Jesús fundó una sola Iglesia, quería que hubiera sólo una, pero hoy en día tan sólo en Estados Unidos hay más de 41, 000 denominaciones religiosas cristianas (más las que se acumulen esta semana).
Con el menor pretexto y la mayor intolerancia, quienes pertenecen a estas iglesias las abandonan y se sienten ‘llamados’ a fundar otras que a su vez serán abandonadas por miembros descontentos. ¿A dónde vamos a parar?
Esto no lo quiere Jesús, y no lo quiere la Iglesia que Él fundó, que sangra por la herida de tantos tajos y divisiones, y por eso hace suya la oración de Jesús al Padre y pide fervorosamente que seamos todos uno.
Cabe aclarar que la unidad no consiste en formar una especie de ‘fraternidad universal’ en la que todos nos esforcemos por creer sólo aquello que todos puedan aceptar sin sobresaltos y desechemos lo que cause controversia o no sea del agrado de alguien, pues el resultado final sería una fe tan diluida que, como decimos en México, no sería ‘ni chicha ni limonada’.
No es la Iglesia Católica la que debe modificar su doctrina para hacerla del gusto de todo el mundo. Como lo afirmaron claramente san Juan Pablo Magno y el Papa Benedicto XVI, en diversos discursos y documentos, sin importarles incomodar a muchos: sólo en la Iglesia Católica está la plenitud de la verdad. En otras denominaciones religiosas hay algo de verdad, pero también hay error. En la enseñanza de la Iglesia Católica no hay error. Por ello orar por la unidad de los cristianos no puede ser otra cosa que pedir que vuelvan al hogar del que alguna vez, hace siglos o recientemente, se salieron.
Oramos por ello, la oración es poderosa, pero hagamos algo más al respecto. Ya lo dice el dicho: ‘a Dios rogando, y con el mazo dando’. Y esto no se refiere a darle mazazos a nadie, sino a que a la vez que oremos, trabajemos, no sólo para animar a que vuelvan quienes se fueron, sino para asegurar que los que siguen aquí no se vayan.
Para ello es necesario que tengamos claras las causas por las que se fueron y se van los hermanos separados. En tan poco espacio es imposible abordar todas las posibles razones, pero en encuestas y entrevistas realizadas sobresalen dos: enojo e ignorancia.
Examinemos cada una.
Muchos católicos se alejan porque les enojó algo que hizo o dijo algún miembro de la Iglesia, sea grave o trivial. La respuesta debe ser siempre de escucha compasiva, de comprensión y empatía. Pero también de hacerles ver que apartándose de la Iglesia fundada por Cristo no se resuelve nada, al contrario, pierden todo si se alejan de la casa del Padre.
Es importante formar a los niños, desde el catecismo, en la convicción de que la Iglesia es su hogar, y así como ellos no deciden de pronto que porque sus papás los regañaron se van de la casa y se vuelven hijos de los vecinos, así en la Iglesia los asuntos se resuelven enfrentándolos como familia. Porque además, quien se va porque aquí halló debilidades y pecados los encontrará también allá. El ser humano es el mismo en todas partes.
La segunda razón que hace que muchos dejen la Iglesia es la ignorancia. Desconocen lo que enseña, no entienden la liturgia, y, lo más grave de todo: ignoran que sólo en la Iglesia Católica está Cristo realmente Presente, en la Eucaristía. Se van a otras iglesias donde hablan muy bonito sobre Él, donde cantan también muy bonito sobre Él, pero donde ¡no está Él!, donde no pueden contemplarlo, adorarlo y recibirlo en comunión íntima como en la Iglesia Católica. Por eso es vital enseñar esto a los niños desde el catecismo. Quien comprende lo que deja, o mejor dicho a Quién deja, no se aleja.
No basta dedicarle un octavario, hay que orar siempre, diario, por la unidad de los cristianos, pedir que siendo hijos del mismo Padre, nos unamos realmente como hermanos.