Carta postnavideña para Jesús
Alejandra María Sosa Elízaga*
Querido Jesús:
Este lunes terminó el Tiempo de Navidad. Atrás quedó esta temporada que a quienes la vivimos con la mirada puesta en Ti, en María y en José, nos dejó el corazón lleno de paz y esperanza, y renovados bríos para emprender el nuevo año y sus desafíos.
Pero hubo también quienes no captaron el sentido de la Navidad, y ahora que este tiempo terminó, se sienten vacíos. Por ellos te pido.
Te pido por quienes creyeron que la Navidad consiste en dar y recibir regalos. Los que dieron les pesaron porque desbarajustaron su presupuesto; los que recibieron pronto dejaron de ser novedad, no les proporcionaron duradera felicidad.
Ayúdalos a descubrir que en Navidad el mejor regalo Tú nos lo diste, al venir a compartir nuestra condición humana para rescatarnos del pecado y de la muerte. Que ese regalo no tiene fecha de caducidad, ¡podremos disfrutarlo a Tu lado en la eternidad!
Te pido por quienes creyeron que la Navidad consiste en llenar de luces su casa. Se alegraron un instante viéndolas brillar, pero ya las guardaron y comprobaron que no sirvieron para desterrar de su alma la tiniebla del miedo, la tristeza, el pecado.
Ayúdalos a descubrir que lo luminoso de la Navidad es que viniste Tú, Luz del mundo, a iluminarnos y a liberarnos de toda oscuridad.
Te pido por quienes creyeron que la Navidad consiste en comer pavo, bacalao, romeritos, panqués de frutas, galletas, buñuelos, bastones de caramelo, ponche y bebidas embriagantes. Muchos no pudieron disfrutar esto y se sintieron tristes y frustrados, otros se dieron atracones que los dejaron empachados y con exceso de colesterol y de peso. A todos les quedó un hambre espiritual que no se sació.
Ayúdalos a descubrir que sólo la sacias Tú. Que estás presente en la Eucaristía para que podamos comer Tu Cuerpo y beber Tu sangre, entrar en Comunión íntima contigo y satisfacer nuestra hambre de infinito entregándote a nosotros como alimento y bebida para la vida eterna.
Te pido por quienes creyeron que la Navidad consiste en participar en reuniones y fiestas. Muchos no pudieron salir porque la pandemia sigue; se sintieron solos y se deprimieron. Otros vivieron con horror el tener que convivir con ciertas gentes y parientes. Y muchos más organizaron pachangas, fueron a brindis y a bailes a los que mal llamaron ‘posadas’, (pues no tuvieron nada que ver con aquellas en las que se iba de puerta en puerta cantando, a pedir posada mientras se cargaba una imagen de José y María en un burrito; se rezaba la letanía, se partían piñatas rellenas de jícamas, cañas y cacahuates, y se repartía el ‘aguinaldo’, unos paquetitos llenos de colación, unos dulces duros como piedras, pero que a los niños les encantaban). Terminados los festejos, mucha gente quedó con cruda física, otros con cruda moral, y todos quedaron con el deseo insatisfecho de encontrarse con quien de veras los hiciera sentir aceptados y amados.
Ayúdalos a descubrir que confiar en los afectos humanos tarde o temprano nos deja defraudados, que sólo Tu amor es eterno e incondicional. Ayúdalos a saber que aunque haya terminado la temporada de Navidad, sigue estando aquí Tu Sagrada Familia. Que vivir cada día contigo, con María y san José le da una perspectiva muy distinta a la vida, y colma el corazón de serenidad y alegría.
Te pido por quienes festejaron la supuesta ‘magia’ de la Navidad, y pensaron que era bonito que sus pequeños tuvieran la ‘ilusión’ de creer en el inexistente santa Claus, quien a los niños pobres no les da regalos y los deja tristes y frustrados, y a los niños cuyos papás pueden comprárselos, les hace olvidar que el verdadero sentido de la Navidad no es pedir y pedir y esperar que venga un personaje inventado a traer lo exigido, sino que Dios nos ama tanto que nos envió a Su Hijo para salvarnos. Que la Navidad no consiste en recibir obsequios con fecha de caducidad, sino en ser invitados a la eternidad. Que la Navidad no es la llegada de un ridículo personaje que vive en el lejano Polo Norte y no se ocupa de ellos el resto del año, sino del Dios-con-nosotros, que está pendiente de nosotros porque se mantiene siempre a nuestro lado.