Obedientes
Alejandra María Sosa Elízaga*
En la fiesta de la Sagrada Familia este viernes se proclamó en Misa el Evangelio que narra la huída a Egipto (ver Mt 2, 13-15; 19-23). Dice que “el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma al Niño y a su Madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al Niño para matarlo” (Mt 2, 13-15).
¿Te imaginas lo que esto supuso para ellos? Cuando menos lo esperaban, cuando tenían su futuro planeado: criar a Jesús en Nazaret, rodeado de familiares, en un ambiente amoroso y tranquilo, tuvieron que cambiar radicalmente de planes. Tuvieron que salir a mil por hora, a media noche, sin avisar a nadie ni despedirse, ni siquiera de sus seres queridos más cercanos, algo que sin duda les preocupó, sabiendo que a la mañana siguiente se angustiarían al descubrir su ausencia y no saber qué había sido de ellos, pero no podían decirles ni por qué ni a dónde iban, pues pondrían en riesgo al Niño. Tuvieron que huir sin haber podido conseguir con anticipación lo que pudieran necesitar durante el viaje, que quién sabe cuánto duraría. Tuvieron que dejar su casita y todo lo que contenía. Sólo pudieron llevar lo que traían puesto y lo que cupiera en un tambachito.
De buenas a primeras, la Sagrada Familia vivió una de las situaciones más difíciles y dolorosas que alguien puede experimentar: quedarse sin su hogar, sin su comunidad, sin medios de subsistencia, y además huir a un país del que no conocía las costumbres, no hablaba la lengua y no tenía quien la recibiera.
Hoy en día, hay millones de desplazados que viven esa misma tremenda situación. Son refugiados, damnificados, migrantes, deportados, que tuvieron que huir porque sus casas fueron bombardeadas, quemadas, derrumbadas, inundadas, o por alguna otra razón que les hizo imposible quedarse donde creían que podrían vivir toda su vida.
Ellos se vieron forzados a irse, no tenían otra opción, pero tal vez alguien piense que la Sagrada Familia sí la tenía, que podía haber buscado otra solución. De haber estado en su lugar, ya me veo haciéndole ‘sugerencias’ a Dios para no tener que ir a otra parte: ‘¿Señor, no has pensado que sería más fácil que mandes un rayo que achicharre a Herodes o que se abra la tierra y se lo trague?’.
Pero María y José no cometieron semejante locura, no consideraron que debían hallar ‘alternativas’ a la voluntad divina. Hicieron lo que tenían que hacer: obedecer.
Cuando Dios les pidió que se fueran, se fueron. Y cuando les pidió que regresaran, regresaron. Obedecieron. Sin repelar, sin proponerle un ‘plan b’, sin posponerlo para mejor ocasión, sin resistirse, quejarse o rebelarse. Simplemente hicieron lo que Dios les pidió y ya. Supieron fiarse de Él, ponerse en Sus manos, dispuestos a enfrentar lo que fuera, por terrible que pareciera, confiados en que lo que Él disponía era sin duda lo que más convenía.
Y tal vez alguien se pregunte cómo pudo ser mejor que en lugar de quedarse tranquilos en Nazaret, tuvieran que ir a pasar penurias a Egipto. La respuesta sólo la conoce Dios. Nosotros sólo sabemos que gracias a ello se cumplió una profecía (ver Os 11, 1; Mt 2,15); también podemos suponer que hicieron mucho bien a cuantos los trataron en Egipto; que la experiencia afianzó su confianza en la Divina Providencia; y que millones de desplazados en el mundo, pueden encomendarse a Jesús, María y José, con la certeza de saber que los comprenden porque vivieron lo mismo que están viviendo, lo cual puede ser una gran fuente de consuelo. Quién sabe qué otros frutos más se obtuvieron, tal vez algún día los conoceremos. Por lo pronto lo que podemos concluir que Ser obedientes ante lo que nos pide Dios no siempre es fácil, pero podemos confiar en que como Él nos creó, nos ama, y tiene el mundo en Sus manos, sabe siempre qué es lo mejor, y no importa qué permita que vivamos, podemos contar con que nos sostendrá con Su gracia y nos confortará con Su amor.