¿Y tú qué le regalaste a Jesús en Navidad?
Alejandra María Sosa Elízaga*
Ante esta pregunta todavía no me topo con nadie que responda mencionando siquiera algún obsequio. La mayoría pone cara de: ‘¿y yo por qué?’, o de ‘ay no inventes’, o de ‘¿me estás cotorreando?’. Algunos incluso contestan diciendo que es al revés, que el que trae regalos es el Niño Dios y que ¿qué le podrían regalar pues siendo Dios no necesita nada?’, y otros intentan salirse por la tangente diciendo que sí, le regalaron algo: que arrullaron al Niño en Nochebuena, que ya con eso, pues fue mucho más que lo que hizo mucha gente que ni siquiera lo recordaron esa noche.
Ahora es mi turno de decir: no inventes. Cuando alguien a quien amas cumple años, procuras darle algún regalo, según tus posibilidades, sea comprado o hecho por ti, para expresarle de manera especial y tangible tu cariño. Entonces, llega Navidad, en la que celebramos el cumpleaños de Jesús, al que amamos, o debíamos amar, más que a nadie en el mundo, y ¿qué le regalamos? ¡Nada! Nos dedicamos a darnos regalos unos a otros y a Él ¡lo ignoramos!
¿Te imaginas lo que ha de sentir?
Si pensarlo te da pena y tienes propósito de enmienda, no creas que tendrás que esperarte hasta el año que entra para darle algo.
Para la Iglesia Católica la Navidad no dura solamente un día, no es sólo el 25 de diciembre y ya. Es una celebración tan importante, que no cabe un día para contenerla, así que la Iglesia la festeja con una octava, es decir, durante ocho días, las oraciones en Misa y en la Liturgia de las Horas, son las que corresponden al día de Navidad. Más aún, esta octava entra dentro del llamado ‘Tiempo de Navidad’, que llega hasta el día en que se celebra la fiesta del Bautismo del Señor, que este año es el 9 de enero. así que ¡todavía estás a tiempo de regalarle algo al Cumpleañero!
Y si te preguntas qué le puedes dar, permíteme proponerte que le des dos regalos.
El primero que sea algo que te ayude a cumplir mejor el único mandamiento que Él nos dejó: el de amarnos unos a otros. Puedes ofrecerle cambiar, corregir, mejorar, en ti, en tu forma de vivir, en tu trato con otros, en tu carácter algo que te estorba para cumplir ese mandamiento: tal vez un rencor, un vicio, una actitud que siempre has tenido hacia cierta persona.
Piénsalo, pídele a Jesús que te ayude a descubrir qué le gustaría que le regales en ese sentido, luego ponte frente a un Nacimiento y, entre los pastorcitos que le ofrecen lo que pueden, y los magos de oriente que ya vienen cargados de regalos, pone el tuyo a Sus pies.
Y esfuérzate por cumplirlo, no se lo vayas a arrebatar al día siguiente (acuérdate lo que dice el dicho de ‘el que da y quita...’). Anótalo, esfuérzate por perseverar en cumplirlo. Descubrirás algo asombroso que siempre sucede cuando le regalas algo a Jesús: el beneficiado resultas siempre tú.
El segundo regalo que sea para amar a Jesús que se identifica con los más pequeños, pobres y necesitados. Descúbrelo en la persona de alguien en situación de calle, o en una familia que están pasando graves apuros económicos, y dales la ayuda que puedas: compartirles ropa o juguetes que tu familia ya no usa y están en buen estado, o tal vez una despensa o invitarles a comer, escucharles, hacerles sentir que a alguien le importan. Decía santa Teresa de Calcuta que la peor pobreza no es la material sino la del alma del que se siente solo e invisible para los demás, que no se interesan por lo que le pasa.
Si le regalas a Jesús estos dos regalos, puedes tener la certeza no sólo de que atinarás a darle algo que le gustará mucho, sino que como Él no se queda con nada y nadie le gana en generosidad, te corresponderá con bendiciones y te ayudará a comprobar que no es cuando se recibe sino cuando se da, cuando se siente la verdadera felicidad.