Un valioso consejo de santa Teresa para ti
Alejandra María Sosa Elízaga*
Este 15 de octubre celebramos a santa Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, fundadora de la orden del Carmelo, una santa que además de su aguda inteligencia y elevada espiritualidad, era muy práctica, sencilla, tenía gran sentido del humor, y cuyos consejos eran claros, aterrizados y sumamente útiles. Quisiera recordar uno en particular, pues últimamente he encontrado gente que lo está necesitando, y tal vez tú estés en ese caso.
Antes de mencionar el consejo cabe comentar la razón para darlo: que hay quienes tuvieron la triste experiencia de que si de chicos se portaban mal, su papá se enojaba y les dejaba de hablar, les aplicaba la ‘ley del hielo’, rompía la comunicación hasta que se le pasaba el coraje, lo cual podía durar mucho tiempo y les dejaba la devastadora sensación de no ser amados ni dignos de amor.
Cuando crecieron proyectaron esa experiencia en su relación con Dios, y cuando cometen alguna falta, algún pecado, piensan que de seguro Él está muy enojado y no quiere que le dirijan la palabra, pues ni caso les hará, así que dejan de orar, dejan de ir a Misa, no se atreven ni siquiera a confesarse. Conocí a un señor que me dijo que había hecho cosas tan malas en su vida, que ¡no era digno de acudir al Sacramento de la Confesión! Le respondí que decir eso era como si alguien dijera que está tan sucio que no es digno de bañarse, cuando darse un baño es ¡justamente lo que necesita para limpiarse!
Volviendo a santa Teresa, ella cuenta en su autobiografía (titulada: “Libro de la vida”), que reflexionó en que había cometido muchos pecados y ofendido mucho al Señor.
Antes de seguir, y como seguramente no faltará alguien que piense mal y se pregunte: ‘¿pues qué habrá hecho?’, y se imagine toda clase de horrores, cabe aclarar que una característica de muchos santos es que ‘hilan fino’, es decir, se van haciendo tan sensibles para captar si han faltado a la caridad, por ejemplo pensando o hablando mal de otra hermana, que aunque sus faltas podrían ser consideradas insignificantes, a ellos les pesan porque sienten que desagradaron a Dios, y por eso se consideran sí mismos como grandes pecadores, siempre necesitados del perdón y la misericordia divina.
Cuenta santa Teresa que cuando ella reflexionó en que era muy pecadora, el demonio aprovechó la ocasión para tentarla, haciéndola creer que era indigna de orar, que siendo tan pecadora no debía dirigirle la palabra a Dios y que Él no la escucharía.
Dice que dejó de orar alrededor de año y medio, lo cual hizo mucho daño a su alma.
Ella se alejó de Dios, pero Él no se alejó de ella, y la iluminó para que se diera cuenta de que estaba cometiendo un error garrafal, pues si se descubría espiritualmente enferma, era una locura que se alejara del Médico Divino que podía sanarla, si se reconocía pecadora, era una locura que se apartara del que podía perdonarla y restaurarla. Así que volvió a orar, y en ello encontró la fuerza para luchar contra sus miserias y superarlas con la gracia de Dios, con la frecuente Confesión y Comunión.
Es devastador pensar que ofendimos tanto a Dios que ha dejado de amarnos y de prestarnos atención. Y desgraciadamente mucha gente lo cree. Hay hasta un canto que suele escucharse en las parroquias y que francamente debía ser eliminado. Dice: ‘Dios no escucha la oración, Dios no escucha la oración si no estás reconciliado.’ ¡Lo repite dos veces como para que se nos grabe, pero es falso! Dios sí escucha, siempre escucha nuestra oración, no importa si somos pecadores o santos. Hay incontables testimonios de personas que habiendo tocado fondo en su pecado, clamaron a Dios y Él les respondió. Pensar lo contrario es dejarnos engañar por Satanás que quiere sumergirnos en la desesperanza total. De éste dice santa Teresa: “Sabe el traidor que ha perdido el alma que tenga con perseverancia oración”, y aconseja a quien ha pecado y se cree indigno de orar: “que no deje la oración, que allí entenderá lo que hace, y el Señor le dará arrepentimiento y fortaleza para levantarse.”