y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

No dejes para mañana...

Alejandra María Sosa Elízaga**

No dejes para mañana...

‘Pensé en llamarle a ver si necesitaba alguna cosa’; ‘en cuanto me enteré, pensé en irte a ver’; ‘pensé en preguntarles si podía ayudar en algo’.

¿Has pronunciado alguna de estas frases? Probablemente sí.

¿Y qué pasó después?, ¿hiciste eso que pensaste?, ¿o sólo lo pensaste?

Santa Teresa solía decir un dicho: ‘el camino al infierno está tapizado de buenas intenciones’.

Esta frase puede sonar rara porque sabemos bien que algo maravilloso de nuestro buen Dios es que Él no sólo toma en cuenta nuestras acciones, sino nuestras intenciones; y cuando hacemos algo con buena intención, Él lo valora, aunque lo que hayamos hecho no nos haya resultado tan bien como esperábamos.

Si por ejemplo quisimos dar un consejo o hacer un favor y la persona que lo recibió lo tomó muy a mal, Dios no se fija en el resultado fallido, sino en la buena intención que nos movió a actuar.

¡Esas buenas intenciones ciertamente no están tapizando el camino al infierno!

Entonces, ¿a cuáles se refiere ese dicho citado por la santa?

A las intenciones que no pasan de allí, a las que nunca se llevan a cabo, que se quedan toda la vida en meras intenciones, a las que se acaban volviendo ‘pecado de omisión’.

El otro día comentábamos en un grupo, que el demonio tiene maneras muy sutiles de intervenir en nuestra vida para que no cumplamos nuestros buenos propósitos, y como dice el dicho, ‘adecuada al sapo es la pedrada’.

A una persona de fe, que tiene buena voluntad, buen corazón y una buena intención, no la va a tentar sugiriéndole que haga algo malo, lo que va a hacer es ponerle distractores y trabas en el camino, de modo que se distraiga o se desanime, y nunca lleve a cabo su buena intención.

Y así, puede ser que quien piensa en llamar a un familiar o amigo que está pasando por una crisis, de pronto se acuerda de algo que tiene que hacer, pospone la llamada y luego se olvida por completo de hacerla.

Y aquella llamada que hubiera sido de grandísimo consuelo para aquella persona, nunca se hace.

Lo mismo puede suceder con quien piensa visitar a alguien que está enfermo, o en duelo, o en una situación que requeriría irlo a ver para darle apoyo y ánimos; se le ocurre que hay varios pendientes que debe atender primero, y pasa el tiempo, y aquella gente a la que ‘pensaba’ visitar, se curó o se murió, o siguió ‘tristeando’ o salió adelante como pudo, pero el bien que le pudo haber hecho, se quedó sin hacer.

También ocurre que alguien que quiere apoyar, por ejemplo, en un acopio, o en una situación de emergencia, en una colecta, en una crisis familiar, lo deja para después, lo pospone hasta que ya es demasiado tarde, privando así a otros de la ayuda o donativo que hubiera podido dar.

No permitamos que el ‘chamuco’ impida que prosperen nuestras buenas intenciones; no nos conformemos con pensarlas, olvidarlas y refundirlas en el archivo muerto de lo que pudo ser y no fue.

En esta Cuaresma, ejercitémonos en diligencia, (lo cual no consiste en hacer ejercicio dentro de una carreta destartalada de las que salen en las películas del viejo Oeste), sino en ejercer una virtud que nos mueve a no dejar para mañana lo que podemos hacer hoy, más aún, a no dejar para más tarde lo que podemos hacer ahorita.

Como quien dice, si en este momento pensaste en hacer un bien, en este momento debes actuar; no lo dejes para un ‘después’ que tal vez nunca va a llegar.

*Publicado en ‘Desde la Fe’, Semanario de la Arquidiócesis de México, el domingo 16 de marzo de 2014, p. 2