y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Lo que no dijo san José

Alejandra María Sosa Elízaga*

Lo que no dijo san José

Si quisiéramos poner por escrito las palabras que, según los Evangelios, dijo san José, tendríamos que abrir comillas, dejar un espacio en blanco, y cerrar comillas.

Así es. Los Evangelios no registraron ni una sola palabra pronunciada por san José.

Ahora bien, eso no significa que no sepamos nada de él y sobre todo, que no podamos aprender mucho de él. Dicen que ‘se aprende más de alguien por lo que calla que por lo que dice’.

¿Podemos aprender algo de lo que no dijo san José? Sí. Y tal vez alguien se pregunte cómo es posible aprender algo de lo que no dijo si no tenemos ni idea de qué fue lo que no dijo pues no lo dijo (¡ay esto ya se volvió trabalenguas!), cabe responder que porque el hecho de que no lo haya dicho, dice mucho. Consideremos estos ejemplos:

Tal vez María se lo reveló o él se dio cuenta de que estaba embarazada, y comprendió que Ella había sido elegida para ser la virgen que daría a luz al Emmanuel, al Dios con nosotros, anunciada por el profeta Isaías, no dijo: ‘¡Vaya, por fin podré participar en algo importante! Soy descendiente de David y ¡llevo toda la vida metido en esta aldea de la que hay quien piensa que no puede salir nada bueno!’

No. No lo dijo. Se consideró indigno de ser parte de algo tan extraordinario, y decidió alejarse. Tuvo que aparecérsele un ángel en sueños para pedirle que no tuviera temor de tomar a María como esposa, y recordarle que era descendiente de aquel a quien Dios le prometió que uno de su linaje reinaría eternamente.

Nosotros, siempre tentados por el deseo de poder, fama, podemos aprender de san José a ser humildes.

Cuando supo que sería padre adoptivo del Hijo de Dios, no dijo: ‘¿Y yo qué gano?, ¡es un paquetón tremendo, debe haber compensación!’

No lo dijo. Lo asumió todo sin pedir nada a cambio.

Nosotros, que no damos ‘paso sin huarache’, y cuando hacemos el bien buscamos recompensa (hasta san Pedro preguntó qué le iba a tocar), podemos aprender de san José a hacerlo todo por amor a Dios.

Cuando el ángel le dijo que pusiera al Niño el nombre de Jesús, no dijo: ‘Acepto ponerle nombre, pero quiero que se llame José.’

No lo dijo. Hizo lo que se le pidió.

Nosotros, que solemos aceptar de Dios lo que nos gusta y lo que no, lo descartamos, que somos ‘católicos de cafetería’ y pasamos como con nuestra charola, eligiendo: ‘esto sí lo cumplo, esto no, de esto, ni hablar’, podemos aprender de san José a no ponerle ‘peros’ a lo que nos pide Dios.

Cuando tuvo que ir a Belén para el censo, no dijo: ‘¡Pero si todavía no acabo la cuna, y María no debe viajar en ese estado!’, sino que fue. Y al llegar allá, no dijo: ‘¿dónde está el hospedaje de lujo que merecemos?’, sino buscó donde pudo. Y no decía, para impresionar a los hospederos, eso que cantamos en las posadas: ‘es Reina del Cielo y Madre va a ser del Divino Verbo’. Tampoco pidió que bajara fuego del cielo y achicharrara a quienes no los recibieron (como querrían hacer años después los apóstoles san Juan y Santiago). Aceptó lo que pudieron conseguir.

Nosotros, que vivimos descontentos pensando que merecemos más, podemos aprender de san José a ser felices con lo que tenemos y aprovecharlo lo mejor posible. Y también saber comprender y perdonar a quienes nos ofenden o decepcionan.

Cuando llegaron los pastores a ver al Niño, no dijo: ‘¡váyanse, están sucios y huelen mal, queremos estar solos y en paz!’

Los acogió, y si les regalaron comida, de seguro la compartió con todos.

Nosotros, que discriminamos, que privilegiamos encontrarnos con Dios, pero no con los hermanos, sobre todo con los que no amamos o toleramos, podemos aprender de san José a ensanchar el corazón para acoger a todos y compartir lo que somos y tenemos.

Cuando llevaron al Niño al Templo, y se les anunció que una espada atravesaría el alma de María, y comprendió que no estaría allí para consolarla, no dijo: ‘¡Eso no le puede pasar a Ella!’

Aceptó que el plan de Dios para nuestra salvación, implicaría sufrimiento.

Nosotros, que queremos sólo pasarla bien y tenemos pavor de sufrir, podemos aprender de san José a asumir que el sufrimiento tiene un valor redentor y en lugar de huirle y rechazarlo, hemos de aceptarlo y ofrecérselo a Dios con amor.

Cuando el ángel le pidió huir a Egipto con María y el Niño, no dijo: ‘Y ¿por qué no mejor que Dios le quite la vida a Herodes y asunto arreglado?’

A esa hora, sin poder despedirse de nadie ni llevarse casi nada, emprendió camino hacia lo desconocido.

Nosotros que queremos tener siempre todas las seguridades y el control, y si algo que Dios nos pide no nos gusta le proponemos un plan B, podemos aprender de san José a fiarnos y depender enteramente de Dios.

Qué curioso. El que no dijo nada, crio al que lo dijo todo, al Verbo de Dios, quien del silencioso testimonio de Su padre adoptivo aprendió a ser Hombre, y, como él, fue humilde, amoroso, obediente a la voluntad divina toda Su vida.

Abramos también nosotros, los oídos del alma para que podamos captar todo lo que san José nos puede enseñar...sin hablar.

Publicado el domingo 13 de marzo en la revista 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, y en las pag web y de facebook de Ediciones 72