5 cosas que podemos aprender de los mártires cristeros
Alejandra María Sosa Elízaga*
Aprovechando que este 20 de noviembre celebramos al beato Anacleto González Flores, que fue uno de los mártires cristeros, y aprovechando también que se celebrará el día del laico mexicano, cabe que nos preguntemos qué podemos los laicos de este tiempo, aprender de él y de otros mártires laicos como él. Y cabe dar al meno 4 respuestas.
1. Jesús era el centro de su vida
El grito de ‘¡Viva Cristo Rey!’ no era un slogan, un ‘grito de guerra’ como dice la canción, ni una frase célebre que decidieron pronunciar antes de ser fusilados.
Era expresión de una fe profunda. Externaba lo que sucedía en su interior: Cristo reinaba en su corazón, era el centro de su vida, su Señor, su Rey.
Vivían tomados de Su mano, buscando agradarlo en todo. Dedicaban tiempo de su día a orar, a leer la Palabra de Dios, y mientras fue posible, acudieron diario a Misa.
Por eso no aceptaron sin chistar que verse privados de los Sacramentos, y que los fieles fueran perseguidos, atropellados, asesinados por su fe. Y en lugar de sucumbir al miedo o a la indiferencia, hicieron cuanto estuvo a su alcance para oponerse pacíficamente a la persecución contra la Iglesia Católica.
2. No temían morir por Cristo
No eran temerarios ni despreciaban su vida, pero sabían que era pasajera, que lo más importante no era aferrarse a conservarla a costa de faltar a su fe, a la verdad o a la caridad, sino vivirla a plenitud, y si morían, sería por lo que más valía la pena: por amor a Jesús; perderían la vida terrenal pero ganarían la celestial. Por eso muchas familias católicas no dudaban en hospedar sacerdotes, que en su hogar se celebraran Misas y otros Sacramentos. Tomaban todas las precauciones, pero estaban dispuestos a asumir lo que les sucediera, por amor a su Señor, con plena confianza en que Él les daría Su gracia para tener la fortaleza de enfrentarlo todo, y si les tocaba dar la vida, los recibiría con los brazos abiertos y recompensaría con creces su sufrimiento y martirio.
Cabe recordar que antes de morir, san Joselito, joven mártir cristero, le escribió una carta a su mamá en la que le decía: ‘nunca fue más fácil ganarse el Cielo’.
3. Eran guadalupanos
Casi todos ellos, cuando los iban a fusilar, no sólo honraban a Cristo Rey, sino también exclamaban: ‘¡Viva la Virgen de Guadalupe!’
Expresaban así que tenían un profundo amor y devoción a la Virgen, a la que tenían como Madre amorosísima, y a la que se encomendaba devotamente.
Cuando se cerraron los templos, se celebraban Misas clandestinas en los hogares, pero los laicos dependían de que hubiera un sacerdote disponible y un lugar seguro, no estaba en sus manos que se pudiera celebrar Misa diario. Lo que sí estaba en sus manos, literalmente, era el Santo Rosario, y por eso, aún a riesgo de su vida, se reunían a rezarlo diario.
Nunca dejaron de encomendarse a la intercesión maternal de Santa María de Guadalupe, y Ella les correspondió: nunca dejó de velar por ellos en la tierra, y cuando murieron los condujo con su Hijo al Cielo.
4. Eran ingeniosos
Ante las injusticias y persecuciones, no se achicaban, no se dejaban amedrentar ni se quedaban encerrados, al contrario, inventaban modos muy ingeniosos para poder seguir participando de los Sacramentos y mantener viva la fe: se disfrazaban para eludir a sus perseguidores, escondían en los sitios más inesperados los objetos sagrados, vestiduras, hostias y vino para la Misa; se las ingeniaban luego para distribuir la Sagrada Comunión a quien la requería. Fue ejemplar cómo supieron poner sus dones y cualidades, con gran imaginación al servicio del Señor.
5. No devolvían mal por mal
Ninguno de los mártires cristeros canonizados por la Iglesia participó en actos violentos. Se vieron tentados a hacerlo, pues las injusticias y crímenes que presenciaban a su alrededor clamaban venganza, pero en su lucha por la paz, se mantuvieron amando y perdonando hasta el final. No hay otro camino más seguro para alcanzar la santidad.