Gracias familiares
Alejandra María Sosa Elízaga**
En este domingo en que celebramos a la Sagrada Familia, ¿te has puesto a pensar por qué se le ocurrió a Jesús venir a este mundo como miembro de una familia?
Él, que podía haber inventado cualquier manera imaginable, eligió formar parte del hogar de María y de José.
En estos tiempos en que hay tantas familias rotas, tanta gente que detesta a su familia, tantos jóvenes que buscan irse a estudiar o trabajar lo más lejos posible de sus 'molestos' parientes, se nos recuerda que Dios no sólo dispuso que los humanos vengamos al mundo como parte de una familia, sino que Él mismo quiso disfrutar de una.
Si Dios considera que la familia es un don y no una carga, ¿cómo es que tantas personas están convencidas de lo contrario?
¿Por qué hay tantas familias peleadas, divididas, cuyos miembros se la pasan atacándose unos a otros o de plano en plena 'guerra fría' en la que ya no hay entre ellos ni un sí ni un no, sino puros 'qué-te-importa'?
Basta analizar un poquito los problemas para descubrir en todos ellos un elemento común: falta de amor. Todo pleito familiar, chico o grande, corto o 'de permanencia voluntaria', surge por alguien que se sintió no amado, no comprendido, no perdonado, no acogido...
Qué diferente sería el mundo si los 'te-quiero' no se nos atoraran en la garganta y aprendiéramos a expresarlos sin temor a hacer el ridículo o a parecer 'débiles'.
Decimos: 'pero si ya sabe lo que siento, no necesito repetirlo'. Grave error: no somos computadoras que registran los datos de una vez por todas en el 'disco duro'; necesitamos que nos recuerden que somos queridos, necesitados, apreciados...
¿Por qué crees que Dios nos invita una y otra vez a escuchar Su Palabra, a recibir la Eucaristía, a experimentar Su abrazo? Porque sabe que no nos basta con ir a Misa una vez en la vida, sino que cada domingo -o mejor aún, diario- nos hace falta que nos hable al oído, nos reitere cuánto nos ama, nos siente a Su mesa, nos ‘apapache’, nos permita entrar en amorosa comunión con Él.
¿Qué te parece si con el pretexto de que en esta semana es Año Nuevo haces algo especial para que los miembros de tu familia se sientan amados y bendecidos?
Sólo necesitas comprar doce velas (son ideales las que venden en cajitas a la salida de los templos y que la gente suele usar en su devoción a la Divina Providencia) y tener a mano doce hojas de papel.
En la parte de arriba de una hoja escribes: enero; en otra hoja: febrero, y así sucesivamente, a cada hoja le asignas un mes del año.
Antes del 31 pides a los familiares con quienes celebrarás Año Nuevo, que recuerden las cosas importantes que les sucedieron este año (incluido cumpleaños, aniversarios, etc) y te digan en qué mes ocurrieron. Por ejemplo: operaron a fulano en febrero; perengano encontró trabajo en julio; en octubre asaltaron a sutano, pero no le pasó nada, etc.
Anotas en la hoja del mes correspondiente, cada una de estas cosas importantes que pasaron.
Al final de esto tendrás diversas anotaciones en cada una de las doce páginas.
Pones las velas en candeleritos -o sobre algo que no se queme- en una mesa.
Reúnes alrededor de ésta a los miembros de la familia (de preferencia al anochecer del día 31).
Entonces explicas que se han reunido todos para dar gracias a Dios por todas las bendiciones que han recibido en este 2013.
Se enciende la primera vela y se lee -en clave de 'gratitud'- lo que ocurrió en enero, por ej: 'Señor: en enero celebramos el cumpleaños de fulano, y te damos gracias por el don de su vida' (cada uno menciona las cualidades de fulano, lo que hace por otros en la familia, etc.); de cada cosa anotada se da gracias, se le busca lo bueno.
Si no hay nada anotado en algún mes, se da gracias por el don cotidiano de la vida o de la salud, o de la amistad...
Al terminar de decir lo de un mes, se prende otra vela y se lee lo del siguiente mes.
Al final, las doce velas encendidas se van consumiendo, como se va consumiendo el año viejo, y son un hermoso centro de mesa para sentarse a compartir la cena de Año Nuevo y contemplar los rostros de los seres amados, iluminados por la alegría de descubrir que de verdad Dios los ha colmado de bendiciones, la mayor de las cuales es contar siempre con Él, y también unos con otros
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