Sólo Navidad
Alejandra María Sosa Elízaga**
Si esta Navidad no hubiera en tu casa un pino decorado, ni flores de Nochebuena; si no hubiera luces de colores ni esferas.
Si no pusieras Nacimiento ni adornos navideños.
Si no hubiera posadas; si no hubiera piñata; si no comieras jícamas ni tejocotes ni cañas; si no te regalaran una canastita con colación, si no tomaras ponche de frutas calientito.
Si no cenaras pavo, ni romeritos, ni bacalao ni buñuelos ni J de caramelo.
Si no hubiera ‘brindis’ en la oficina ni con los ‘cuates’.
Si no hubiera cena familiar.
Si no dieras ni recibieras regalos.
Si no encendieras ni una luz de bengala, si no hubiera cohetes ni fuegos artificiales.
Si no llegara ‘santa Claus’; si tu zapatito amaneciera vacío.
Si no tuvieras suficiente dinero.
Si no tuvieras salud.
Si tus seres queridos no estuvieran contigo.
Si estuvieras fuera, lejos, en otra ciudad o en otro país.
Si nadie te diera un abrazo, si nadie te deseara muy feliz Navidad, ¿te deprimirías?, ¿sentirías como que no es Navidad?
¿Qué es lo que hace la Navidad para ti?, ¿cuál es ese elemento que te resulta indispensable, sin el cual nada te parecería igual?
Recuerdo una película de dibujos animados que veía de chica: ‘Cómo Odeón quiso robarse la Navidad’, de un personaje amargado que vive en lo alto de una colina junto a una aldea, y como odia la Navidad, decide acabar con ella.
La noche del 24 de diciembre mientras todos duermen, baja a la aldea, entra a cada casa y se lleva en un gran costal los árboles navideños, las esferas, los adornos, los regalos, los juguetes y dulces, ¡todo!, No deja nada.
Y se regresa a su casa y aguarda escuchar los gritos y alaridos de las personas cuando se despierten y vean que no hay Navidad.
Pero al amanecer lo que llega hasta él es algo muy distinto: un canto de gozo, un villancico que todos entonan felices, tomados de las manos, formando un gran círculo en la plaza del pueblo.
No les ha importado nada de lo que les falta, tienen algo que nadie les puede quitar: el júbilo de saber que ha nacido el Salvador.
Recordé esto porque hace un año, el día 23 falleció mi mamá, así que el 24 no tuve lo que siempre había tenido, la convivencia familiar, la cena, los regalos, las risas, los abrazos.
Mi Navidad consistió en ir a Misa el 24 en la noche y luego, en casa, pasar un largo rato en oración, contemplando el Nacimiento.
Y parece mentira, pero fue la Navidad que más alegría me ha dado, en el sentido de que cuando no sentía alegría, me alegró contemplar al Niño Jesús en el pesebre y reflexionar en que gracias a que Dios se hizo Hombre, gracias a que vino a este mundo a salvarnos, la muerte no es el final, y puedo tener la esperanza de reencontrarme un día con mi papá y mi mamá.
Esa Navidad estuvo despojada de todos sus adornos, de toda la parafernalia con la que la hemos rodeado tantito por tradición y tantito empujados por los comerciantes.
Y me di cuenta de que en nuestro afán por celebrar, la celebración en sí se nos ha vuelto más importante ¡que Aquél a quien celebramos!
Pero vivir la Navidad sin bullicio, sin brillo artificial, sin forzado alborozo, permite contemplar su rostro verdadero, fresco, limpio, naturalmente luminoso, sin emperifollar, y deja en el alma un profundo gozo y una paz a los que no les hace falta nada, y por eso nada te los puede arrebatar.
Querido lector, querida lectora:
Que la luz que irradia el Niño Jesús
ilumine siempre tu corazón,
y te colme de paz, alegría y caridad.
¡Muy feliz Navidad!