5 autobiografías que no te puedes perder
Alejandra María Sosa Elízaga*
Es lo más escueto, lo más sintético de lo sintético. Con la sola presión del pulgar expresamos cómo nos sentimos, enviando un emoticon en el celular. Por ejemplo, una cara que llora de risa, o llora de tristeza o está roja de furia.
Es el modo breve, y casi impersonal, de exteriorizar lo que traemos dentro, anticipando que los demás no tengan tiempo o interés en leerlo si se los contamos en algo más de un renglón.
Nos hemos acostumbrado a saludar con una carita sonriente y a responder con una mano con el pulgar hacia arriba.
Qué lejano está ese tiempo en el que alguien se sentaba ante un ‘secreter’, y casi siempre de noche, robándole horas al sueño, a la luz de la vela (no por un ‘apagón’, sino porque era lo que había para alumbrarse), mojaba la punta de una pluma de ganso en un botecito de negra tinta china y escribía algunas palabras, volvía a entintar la pluma (no alcanzaba a anotar mucho y la punta se secaba), escribía otro poquito, y así sucesivamente, hasta completar muy lentamente una página, plasmada en grueso papel prensado, en donde había volcado, con honda y pausada reflexión, lo que traía en el corazón.
El primero del que tenemos noticia que hizo eso fue san Agustín, allá por el siglo IV. Inauguró un género literario hasta entonces prácticamente desconocido, el de la autobiografía. En su libro “Confesiones”, no se limitó a registrar los hechos de su vida, sino que fue revelando cómo se sentía, nos permitió asomarnos a su interior, contemplar su alma.
Desde entonces son ya incontables las autobiografías, desde las que desgraciadamente se volvieron ‘best-sellers’: escandalosas revelaciones llenas de intrigas, de estrellas del espectáculo o políticos (¿no son lo mismo?), hasta las super secretas y un poquito cursis ensoñaciones de antiguas quinceañeras que empezaban cada página con un: ‘querido diario’.
Nada nos permite conocer mejor a alguien que leer lo que dice de sí mismo. Claro, la gente no suele compartirlo, excepto cuando hay que hacerlo por obediencia. Es el caso de muchos santos y santas, que por mandato de los superiores de sus conventos o de sus confesores, escribieron (a veces ya en su lecho de muerte), sus diarios.
Leer éstos nos enriquece profundamente, nos permite no sólo conocer la vida de quien la Iglesia nos propone como ejemplo, sino ir más a fondo, conocer sus más íntimos sentimientos, dejar que nos conmuevan y nos muevan, aprender de ellos.
En este mes de octubre se da la feliz coincidencia de que varios de las santas y santos que celebramos, escribieron autobiografías, y leerlas es una verdadera delicia.
1. ‘Historia de un alma’ de Santa Teresita del Niño Jesús (cuya fiesta es el 1° de octubre), relata su infancia, el inicio de su vocación, las dificultades que superó, su vida en el convento y cómo descubrió y vivió su genial ‘pequeño caminito’ espiritual.
2. ‘Diario’ de Santa Faustina Kowalska (5 de octubre), narra por qué se hizo religiosa, lo que Jesús le reveló sobre Su Divina Misericordia, y el papel vital de ésta en el final de los tiempos, y cómo su enfermedad fue para ella camino de santidad.
3. ‘Diario del alma’ de San Juan XXIII, (11 de octubre), contiene la fascinante historia de su vida, contada con toda la candidez y el sentido del humor que caracterizaban a quien fue llamado el ‘Papa Bueno’.
4. ‘El libro de mi vida’ de santa Teresa de Ávila (15 de octubre), cuenta con la chispa y la hondura que la caracteriza, su infancia, su ingreso al convento, su posterior conversión, la colosal tarea que se echó a cuestas al reformar el Carmelo, y cómo lidiaba con igual ingenio y humor con toda clase de gentes y dificultades.
5. ‘Don y misterio’ de san Juan Pablo II (22 de octubre), que escribió en su 50 aniversario sacerdotal, y en el que narra la fascinante historia de su vida: su infancia, juventud, la ocupación nazi, su vocación, cómo lo sostuvo la gracia de Dios en todo lo que tuvo que enfrentar.
Anímate a vivir este mes de octubre escudriñando el alma de estos santos; aprenderás mucho de ellos.