y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Humildad compadecida

Alejandra María Sosa Elízaga**

Humildad compadecida

Publicado en 'Desde la Fe', Semanario de la Arquidiócesis de México, 
Dom 4 marzo 12, año XVI, n. 784, p.6 
De la Misa de entre semana


Una amiga fue a un chequeo médico. Le dijo a quien medía la audición: ‘le advierto que tengo un oído finísmo’. Él respondió: ‘ya veremos’ Tras la prueba le dijo que su audición tenía curva descendente y cada vez oiría menos. Salió ‘achicopalada’ y me lo contó. Le dije: ‘tal vez le enojó que presumieras y quiso ponerte en tu sitio’. Al año siguiente volvió con ese técnico, que por supuesto no se acordaba de ella. Antes de la prueba soltó: ‘mi abuelo murió sordo y me temo que también quedaré sorda’. Él dijo su acostumbrado: ‘ya veremos’. Luego de la prueba le dijo que no se preocupara pues oía muy bien, incluso más de lo normal. ¿Cómo dos resultados tan distintos con el mismo aparato, misma paciente y mismo técnico un año después? Porque varió la actitud. Es que sentimos instintivo rechazo ante los presumidos y en cambio nos conmueven los humildes. Y si eso nos pasa a los humanos, ¡cuánto más a Dios! Dice san Pedro que: “Dios resiste a los soberbios y otorga Su gracia a los humildes” (1Pe 5,5). Por ello ante Dios no cabe la presunción, felicitarlo por contarnos entre los Suyos, sino admitir ante Él nuestra caída, porque entonces se conmueve y nos ayuda a levantarnos. Ejemplo de esto es el texto bíblico que se proclama en Misa este lunes. El profeta Daniel confiesa ante Dios: “hemos pecado, hemos cometido iniquidades, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de Tus mandamientos y de Tus normas...Nuestra es la vergüenza...porque hemos pecado contra Ti. De nuestro Dios, en cambio, es el tener misericordia y perdonar...” (Dn 9,5.8-9). Hay que hacer notar que no se limita a reconocer las miserias del pueblo sino que apela a la misericordia del Señor. Como quien dice, no basta que reconozcamos nuestra enfermedad del alma, debemos comprometer al Médico Divino en nuestro caso, haciéndole saber que confiamos en que nos puede sanar.

Esto me recuerda una oración que escribí hace tiempo para el momento previo a comulgar, y que quisiera compartirte: “Señor, yo no soy digna de recibirte. Me hace digna tan sólo mi gran necesidad y Tu amorosa invitación. Porque yo soy tiniebla, pero Tú eres claridad; yo soy miseria pero Tú misericordia; yo soy pecado, pero Tú eres perdón”.

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