y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

En todo y para bien

Alejandra María Sosa Elízaga*

En todo y para bien

Es curioso cómo una misma frase puede producir gratitud y paz o decepción y enojo. Todo está en cómo se la interprete.

En la Primera Lectura que se proclama hoy en Misa dice San Pablo que “en todo interviene Dios para bien de los que lo aman” (Rom 8, 28).

Quien piensa que esto significa que si amamos a Dios 'ya la hicimos' porque Él va a intervenir en todo para nuestro bien, entendido eso de 'bien' como sinónimo de que no nos va a pasar nada que consideremos desagradable o malo (enfermedades, problemas, muerte de seres queridos, etc.), tarde o temprano descubrirá que no es así y desafortunadamente se sentirá decepcionado y muy probablemente enojado con Dios (me fallaste, se supone que intervienes para bien de los que te aman y mira nada más con lo que me saliste: me enfermé, se me murió Fulanito, me asaltaron, etc.).

Es que no hay que olvidar que Dios y nosotros no siempre coincidimos en lo que llamamos 'bien'.

A Él le interesa primordialmente nuestra salvación eterna. Nos ama tanto que quiere pasar el resto de la eternidad con nosotros. 

A nosotros en cambio, metidos como estamos en este mundo, con demasiada frecuencia nos interesa más pasarla bien aquí o cuando menos lo mejor posible.

Así pues, desde el punto de vista divino, intervenir 'para bien' puede significar permitir que nos dé una enfermedad que nos sanará de nuestra soberbia y autosuficiencia; o permitir una crisis que nos obligará a replantearnos nuestros valores y darnos cuenta de qué es lo que realmente importa en la vida; o dejar que experimentemos algo de lo cual se obtendrá un beneficio espiritual enorme, no sólo para nosotros sino para otras personas (aunque en el momento en que nos suceda no lo sepamos ver así).

Ahí tenemos el ejemplo de San Pablo. Cuando se convirtió al cristianismo y empezó a predicar fue perseguido, apedreado, azotado, encarcelado. Desde el punto de vista humano podría haber pensado que Dios no estaba interviniendo ya no digamos para bien, más bien ¡¡para nada!!; hubiera podido creer que Dios estaba mirando para otra parte mientras él sufría, como decimos en México, 'no sólo lo duro sino lo tupido'.

Pero no era así. Comprendió que la persecución que sufrió lo obligó a ir a predicar a nuevas ciudades y así se difundió la Buena Nueva en sitios a los que quizá no hubiera ido si no lo hubieran forzado las circunstancias; que sufrir y ser encarcelado le dio oportunidad de dar testimonio de amor y de perdón, lo cual logró numerosas conversiones (entre otras, quién lo iba a decir, ¡hasta la de su carcelero con todo y su familia!). 

Así pues cuando San Pablo afirma que “en todo interviene Dios para bien de los que lo aman” lo dice con pleno conocimiento de causa y, deja en claro tres cosas:

1. Que nada de lo que nos sucede le es ajeno a Dios.

Jesús prometió que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (ver Mt 28, 20) y lo cumple. Nunca nos abandona, nunca nos deja solos. Hay quienes creen en Dios pero piensan que sólo interviene en las cosas grandes, importantes, no en lo cotidiano, no en las pequeñeces; dicen: 'Dios no se ocupa de mis tonterías, tiene cosas más importantes que hacer'. No es así. Interviene “en todo”, está pendiente de todo; nada que te ataña le resulta indiferente (lee el Salmo 139).

2. Que la única motivación de Dios es nuestro bien.

Nunca busca lastimarnos, molestarnos, hacernos sufrir. Lamenta que muchas de las cosas que permite en nuestra vida nos duelan, y nos acompaña en nuestro dolor y hace todo lo posible por mitigarlo, así como un papá permite, aunque le duela, que a su hijo le den una medicina amarga que lo hará salir de una enfermedad, y hace lo posible por consolarlo mientras la toma.

3. Que eso de que Dios interviene para bien 'de los que lo aman' no significa que sólo haga el bien a quienes lo aman o intervenga para mal de quienes no lo aman.

No es así. Dios nos ama a todos, cercanos y lejanos, por igual. Lo que sucede es que quienes lo aman están abiertos a recibir lo que Él quiera darles, están dispuestos a cumplir Su voluntad, y cuando sucede algo en su vida le preguntan a Dios: 'qué quieres que haga a partir de ahora', 'cómo quieres que responda a partir de esto que has permitido en mi vida', 'qué quieres decirme con esto que, desde Tu infinito amor por mí, has dejado que me suceda'.

Si tenemos claros estos tres puntos entonces la frase de San Pablo deja de ser malinterpretada (y por tanto deja de ser motivo de desilusión y molestia) y se convierte en una afirmación que vale la pena tener grabada en el corazón y la memoria porque es fuente de profundo gozo y serenidad.

Puedes tener la más absoluta certeza de que sea lo que sea que te toque vivir, dará abundantes buenos frutos si sabes ponerlo en las manos amorosas de Aquel que en todo interviene, sí, en todo, para bien.

 

(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga ‘¿Te has encontrado con Jesús?’, col. Fe y Vida, vol. 2, Ediciones 72, México, p. 125, disponible en amazon).

Publicado el domingo 26 de julio de 2020 en la pag web y de facebook de Ediciones 72