Con la palabra en la boca
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Alguna vez te han dejado 'con la palabra en la boca'?, ¿querías decir algo y la otra persona se dio media vuelta o colgó el teléfono o simplemente se negó a escucharte?
Es frustrante quedarte sin poder expresar tu pensamiento, sin desahogar lo que traías dentro, pero imagínate cuánto más frustración sentirías si supieras con absoluta certeza que lo que ibas a decir iba a salvar la vida de una persona muy querida o a ahorrarle un gran sufrimiento o a hacerle un enorme bien, pero ésta no quiso prestarte atención.
Ver que le pasan cosas malas que hubiera podido evitarse si te hubiera dejado hablar es algo que sin duda te provocaría pena, impotencia, tristeza y hasta un poco de enojo.
Ahora imagínate cómo se ha de sentir Dios, cuya Palabra es fuente de luz cuando por no quererla oír permanecemos a oscuras.
En el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 13, 1-23) Jesús habla de un sembrador que sale a sembrar semilla (es decir, Palabra de Dios), por dondequiera que va.
De entrada eso ya habla de lo mucho que Él desea que Su Palabra llegue a todos y en todas partes, ¿por qué? porque como dice la Primera Lectura (ver Is 55, 10-11), Su Palabra es como semilla buena, siempre fértil y capaz de cumplir la misión a la que es enviada, ¿cuál? la de socorrernos, consolarnos, guiarnos hacia la salvación.
Nos cuenta Jesús qué sucede con ésa, Su Palabra fecunda.
Dice que algunas veces parece semilla que al caer es de inmediato comida por los pájaros, pues el diablo la arrebata del corazón de quien la escucha. Vienen a la mente los que la oyen, por ejemplo, en Misa permitiendo que entre por una oreja y salga por la otra, sin prestarle atención, sin dejarse mover o conmover por ella.
Dice que a veces la Palabra crece como semilla en suelo pedregoso y se seca por no tener raíz pues quien la escucha no profundiza en ella ni deja que arraigue en su corazón ni está dispuesto a afrontar el menor problema por su causa... Esto recuerda a quienes alguna vez se emocionan con algún bello texto de la Sagrada Escritura, se hacen el propósito de leer ésta con asiduidad y quizá hasta compran un bello ejemplar, pero luego de hojearlo alguna vez se topan con algo que no entienden o que les parece demasiado exigente, o bien reciben burlas de familiares o compañeros de trabajo por leer la Biblia y terminan por dejarla empolvando en un librero.
Dice también Jesús que a veces la Palabra crece como semilla entre espinos que la sofocan pues la persona que la escucha se deja distraer por otras cosas. Ello hace pensar en quienes ponen de pretexto un torbellino de actividades y asuntos urgentísimos para justificar no tener cabeza, ánimo o tiempo que 'perder' leyendo la Palabra.
En todos los casos hay un elemento común: la Palabra fue desaprovechada y quien la desaprovechó quedó por ello como un terreno estéril en el que no brotó ni flor ni fruto.
Finalmente dice el Señor que a veces, y casi podemos sentir la gozosa emoción en Su voz, la Palabra es como semilla que cae en tierra buena porque quienes la escuchan "la entienden y dan fruto: unos el ciento por uno; otros, el sesenta, y otros el treinta" (Mt 13,23). Cabe considerar que se refiere a quienes se atreven a poner a Dios en el centro de sus vidas y aunque tengan muchísísísísísísimos 'pendientes' saben dedicar un rato cada día no sólo para hablarle a Dios sino para escucharlo, para hacer silencio y abrir el corazón a lo que Él tenga que decir, para darle oportunidad de que responda a través de Su Palabra. Por poner un ejemplo, quizá leen despacio y atentamente en el misal los textos bíblicos que se proclamarán en la Misa del día, y los meditan y saborean hasta encontrar algo que los ilumine y produzca en ellos abundantes buenos frutos de paz, amor, alegría, esperanza...
Al contar la parábola del sembrador Jesús afirmó que "al que tiene se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará" (Mt 13, 12). Cabe interpretar esto no como referido a que habrá una injusta repartición de bienes materiales, sino a que quien reciba la Palabra y guste (en el amplio sentido) de ella descubrirá que cada vez la disfruta más, la entiende más claramente, la recuerda y aprovecha mejor, y da más y más frutos, y, por el contrario, quien se prive de ella será como quien deja de comer, que poco a poco va perdiendo el apetito hasta desfallecer.
Comentaba San Francisco de Sales que siempre prefería dejar hablar a los demás, porque él ya sabía lo que él diría, pero en cambio desconocía lo que otros podrían decirle, y no deseaba desaprovechar la oportunidad de aprender de ellos. Habría que aplicar esto con relación a Dios y procurar callar para escucharlo pues tiene siempre algo nuevo que decirnos o enseñarnos. No dejarlo nunca 'con la Palabra en la boca' sino más bien abrir nosotros la boca para dejar que Él nos alimente con Su Palabra.
(Del libro de Alejandra Ma. Sosa E “Caminar sobre las aguas”, col. La Palabra ilumina tu vida, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 119, disponible en amazon)