y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Trinidad

Alejandra María Sosa Elízaga*

Trinidad

Dice el dicho: ‘nadie sabe el bien que tiene hasta que lo ve perdido’. Y es verdad. Solemos dar por sentado mucho bien del que gozamos y tal vez ya no lo apreciamos. Lo bueno es que no hay que esperar a perderlo para valorarlo, basta con imaginar cómo viviríamos sin aquello para darnos cuenta de cuánto lo necesitamos.

Por ejemplo, podremos preguntarnos, si no hubiera Santísima Trinidad, si Dios no fuera Tres Divinas Personas en un solo Dios, ¿en qué nos afectaría?, ¿cambiaría en algo nuestra vida de fe? ¡Desde luego que sí! Veamos por qué.

Si sólo existiera Aquél al que llamamos Dios Padre, quizá lo llamaríamos así por habernos dado la existencia, pero no nos atreveríamos a llamarlo ‘Abbá’, papi, papito, como nos enseñó Jesús en el Padrenuestro; no sentiríamos hacia Él la confianza y cercanía que le tenemos, y más bien nos sucedería como a Su pueblo en el Antiguo Testamento, que aunque lo llamaba Padre le temía porque no veía en Él al papá amoroso sino a un Dios Todopoderoso, castigador y justiciero que podía aniquilarlo con el soplo de su aliento, Alguien a quien no se podía ver sin morir y del que no se podía pronunciar Su nombre.

En la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa, Dios se describe a Sí mismo como “compasivo”, pero si nunca se hubiera encarnado, no hubiéramos experimentado Su compasión, podríamos creer que nos contempla compasivo desde el cielo, como quien ve llover y no se moja, pero no hubiéramos comprobado que de verdad padeció con y por nosotros.

Su Encarnación nos da la certeza de que Dios sabe lo que se siente someterse al tiempo, al espacio, pasar frío, hambre, sed, tener sueño, cansancio, llorar, ser traicionado, abandonado.

Por otra parte, si no hubiera existido el Hijo, jamás hubiéramos descubierto lo que dice el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Jn 3, 16-18), que “tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga vida” (Jn 3, 16), jamás hubiéramos sabido que Dios nos ama a tal grado que fue capaz de enviar a Jesús a rescatarnos del pecado y de la muerte. La existencia de Dios Hijo nos ha permitido experimentar la grandeza del amor divino y conseguir algo que por nosotros mismos jamás hubiéramos alcanzado: la salvación, saldar con Dios la deuda de nuestros pecados.

Resulta evidente por qué necesitamos no sólo a Dios Padre sino a Dios Hijo, pero cabe preguntarnos si sólo existieran dos Divinas Personas, ¿nos bastaría? No, porque nos hubiéramos sentido un poco al margen contemplando Su mutuo amor, un amor del que no hubiéramos creído que podíamos participar plenamente. Y cuando luego de Su breve paso por este mundo, Jesús volvió al cielo, nos hubiéramos sentido desamparados. Si no fue así fue gracias al Espíritu Santo, que nos comunica el amor divino.

Por Él podemos integrarnos a la gran familia del Padre por nuestro Bautismo; por Él podemos entrar en comunión con el Hijo al que hace presente en la Sagrada Eucaristía. El Espíritu Santo que nos da vida, nos ilumina, nos guía, nos acompaña e intercede por nosotros, nos permite entrar en la dinámica del amor divino, para recibirlo y a la vez comunicarlo, lo cual nos hace plenos.

Cada año, después de haber celebrado la Pascua y la Ascensión del Señor y Pentecostés, llega la Solemnidad de la Santísima Trinidad, que, como el ‘gran finale’ de una obra magistral que mueve a los espectadores a ponerse de pie para reconocer con el mayor aplauso la excelencia de los actores principales, nos mueve a ponernos de pie para reconocer, agradecer y alabar la existencia de las Tres Divinas Personas y Su intervención en nuestra vida. Gran oportunidad que nos da la Iglesia para revalorar el bien incomparable de poder contar siempre y tanto, como lo dice San Pablo en la Segunda Lectura dominical, con “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo” (2Cor 13, 13).

(Del libro de Alejandra M Sosa E ‘La Fiesta de Dios’, col. Lámpara para tus pasos’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 92, disponible en amazon).

Publicado el domingo 7 de junio de 2020 en las pags web y de facebook de Ediciones 72