Antídoto contra la soledad
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Alguna vez has ido a despedir a alguien a quien quieres mucho y que viaja en ferrocarril?
Te quedas en el andén y ves a esa persona a través de una ventana, lo cual te hace sentir que ya algo te separa de ella, y luego el tren comienza a salir de la estación y mientras va despacito caminas a su lado, como para acompañar un poco más a tu ser querido, pero llega un momento en que su marcha gana velocidad y tienes que quedarte de pie ahí, mirando cómo se alejan los vagones hasta perderse en el horizonte.
Supongo que así se habrán sentido los apóstoles después de la Ascensión de Jesús.
De por sí ya tenían el corazón estrujado por todas las emociones que vivieron en poco más de un mes: primero sufrieron que su Maestro fuera llevado preso, condenado a muerte, abofeteado, escupido, flagelado, coronado de espinas, crucificado, muerto y sepultado; luego sintieron el impacto de saber que resucitó, la emoción indescriptible de verlo de nuevo, tocarlo, comer con Él, sentir que lo recuperaron, y ahora esto: Él vuelve al Padre y ellos se quedan como se queda uno en el andén: sintiéndose solos, desamparados, con la mirada fija en la distancia, como esperando, a ver si lo ven volver.
No sorprende que Dios tuviera que enviarles unos mensajeros para hacerlos reaccionar: "Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando el cielo?". (Hch 1,11).
Durante cuarenta días, los apóstoles han disfrutado de la presencia palpable de su Señor Resucitado, pero la Ascensión establece un 'antes' y un 'después'; marca un cambio radical en su manera de relacionarse con Él: ya no pueden mirarlo a los ojos; compartir con Él un almuerzo de pan y pescado a la orilla del lago, ver Su sonrisa, tocar Sus llagas, sentir Su abrazo.
Ahora enfrentan el reto de no quedarse inmóviles, atorados en la nostalgia, añorando ver con sus ojos a Jesús sino aprender a descubrir con el corazón las otras maneras a través de las cuales Él sigue presente entre ellos; y es que, parafraseando a san Juan Pablo II, podría decirse que Jesús se fue pero no se fue; se fue pero se quedó. Al final del Evangelio según San Mateo, Jesús asegura: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20) y lo cumple. Corresponde a Sus seguidores -desde los tiempos de los apóstoles hasta nuestros días- reconocer esta continua presencia del Señor que se manifiesta a través de Su Palabra; a través de la Eucaristía; a través de la comunidad, a través de incontables signos y señales que muestran Su infinita misericordia y ternura.
El problema es que es muy fácil que las ocupaciones y preocupaciones del mundo nos distraigan y nos dificulten captar la presencia del Señor en nuestra vida.
¿Cómo mantener el corazón sensible, el canal de comunicación abierto? Imitando a los apóstoles: Dice San Lucas que lo primero que éstos hacen cuando llegan a Jerusalén es ir al templo a alabar a Dios o reunirse en su casa a orar. Es interesante considerar que hasta entonces sólo habían orado a Dios Padre -Jesús incluso les enseñó el Padrenuestro-, pero a partir de ahora inauguran una nueva práctica: la de orar también a Jesús, su Señor y su Dios. La oración se vuelve así el primer puente que les permite seguir en estrecho contacto con Él, contarle sus cosas; encomendarle sus preocupaciones y necesidades; buscar Su sostén ante amenazas y persecuciones; pedirle luz para tomar decisiones y fortaleza para seguirlas; sentir y disfrutar Su amorosa cercanía...
La Iglesia nos propone como Primera Lectura en Misa en este tiempo de Pascua trozos del libro de Hechos de los Apóstoles, no sólo para que conozcamos la historia de las primeras comunidades cristianas sino para que lo que éstas hicieron nos sirva de guía en nuestro camino de fe.
Si has sentido que no tienes quien te escuche porque tus seres más cercanos quizá están siempre ocupados o lejos o cansados o ya conocen tus historias (y te lo recuerdan en cuanto empiezas a contarlas), aprende, como los apóstoles, que hay Alguien que se interesa por ti las 24 horas del día los 365 días de año y está dispuesto a prestarte toda Su atención. Si te has sentido como esa persona que se queda sola en un andén después de una triste despedida, aprende de los apóstoles a advertir que a tu lado hay Alguien que nunca te abandona y está siempre esperando que te des cuenta de que está ahí y te dirijas a Él que es el Único que puede intervenir en tu vida para bien. Los apóstoles descubrieron el inefable consuelo de comunicarse con el Señor a través de la oración y nunca más volvieron a sentirse solos. ¿Y si tú te animaras ahora a hacer lo mismo?...
(Del libro de Alejandra María Sosa Elízaga: ‘Vida desde la Fe’, col. Fe y vida, vol. 1, Ediciones 72, México, p. 140)