Ustedes no teman
Alejandra María Sosa Elízaga*
Si lo vendieran en aerosol sería un paralizante de lo más efectivo, pues puede dejar completamente inmóvil a cualquier persona en el momento y lugar que sea, sin importar su tamaño o condición. Se trata del miedo, una de las emociones más 'engarrotadoras' que existen.
Cabe aclarar que no estoy hablando de ese miedo que podríamos llamar saludable, pariente cercano de la prudencia, que nos impide cometer alguna acción que nos ponga en riesgo; ése es un miedo positivo que sin duda ha conservado o salvado muchas vidas. No. El miedo al que me refiero, en cambio, no aporta nada bueno porque se presenta como una emoción agobiante, pesimista, sombría, que oscurece el ánimo, nubla la mirada, impide avanzar. La gente presa de este miedo se la pasa imaginando posibles situaciones desastrosas que por lo general sólo suceden en su imaginación: si tiene cuarenta años se preocupa de qué le pasará cuando tenga ochenta; si tiene hijos se angustia pensando qué será de sus nietos; si tiene salud se inquieta anticipando qué hará cuando se enferme, si está enferma le aterra empeorar o morir; si tiene dinero le agobian las deudas que podría contraer si se le acaba; si no lo tiene desespera de conseguirlo; si goza de compañía le aflige la idea de hallarse un día en soledad, y cuando disfruta de cierto bienestar se acongoja preguntándose qué hará cuando le vaya mal. ¿A dónde conducen todos estos temores? A perder la paz y la capacidad de acometer la vida con decisión, gozo y osadía.
Por ello resulta significativo que en todos los relatos de la Resurrección haya un llamado a no tener miedo.
En el Evangelio según San Mateo que se proclama en esta Pascua (ver Mt 28, 1-10) el Ángel que está sentado sobre la roca del sepulcro abierto y vacío, les dice a las mujeres que habían llegado con intención de embalsamar el cadáver de Jesús: "vosotras no temáis", no sólo en el sentido de no temer al verlo (después de todo no todos los días se tiene la oportunidad de toparse con un mensajero celestial) sino cabe pensar que también en un sentido más amplio: de no tener miedo aunque estén viendo lo que les pasó a los soldados, tremendos hombres supuestamente muy valientes, que a la mera hora se quedaron como muertos del puro susto (eso provoca el miedo en las personas, que queden como muertas); no tener miedo aunque no tengan a la vista a su Señor (imaginemos lo desoladas que se han de haber sentido, después de haber convivido tanto tiempo con Jesús, cobijadas por Su mirada amorosa y Su presencia protectora, ahora que según ellas lo han perdido), y, lo más importante: no tener miedo de ir a dar la buena noticia de Su Resurrección, de convertirse en testigos de Aquel al que consternadas vieron flagelado, y coronado de espinas morir clavado en una cruz, y del que ahora saben que ha vencido a la muerte, tal como lo prometió. Hay que hacer notar que el Ángel enfatiza esto, que Jesús cumplió lo prometido. Y luego les dice: “Eso es todo”, quizá para darles a entender que no se deben quedar allí paradas esperando otro mensaje, pero también quizá para implicar que lo que les acaba de anunciar es 'TODO' en el sentido de que es el mensaje más importante, lo que hay que saber, lo fundamental, el todo que compone nuestra fe: que Jesús vive, que resucitó, que cumplió puntualmente la más maravillosa promesa de todos los tiempos.
Las palabras del Ángel tienen una resonancia actualísima para nosotros, que igual que esas mujeres estamos rodeados de gente que ha quedado como muerta por el miedo a la violencia, a la crisis económica, a la incertidumbre acerca del futuro; nosotros, como ellas, quizá nos vemos tentados a dejarnos atemorizar, pero entonces escuchamos el mensaje del Ángel: ustedes no tengan miedo; como quien dice, dejen el miedo para los que viven sin fe; dejen el miedo para los que no conocen al Señor o creen que fue simplemente un gran hombre que murió en una cruz; dejen el miedo a otros, ustedes no tengan miedo, levanten la cabeza y salgan del sepulcro vacío a dar noticia de que en el mundo hay esperanza, de que no importa lo que nos toque vivir, por difícil o doloroso que sea, pues Aquel que derrotó al pecado y a la muerte todo lo puede y siempre interviene a favor nuestro.
Llama la atención que San Mateo dice que las mujeres se alejaron presurosas llenas de alegría, pero todavía con temor. Como que no les bastó el anuncio del Ángel para recobrar por completo la calma. Entonces el Señor mismo les salió el encuentro. ¡Ah!, es que en la vida del creyente, no basta oír hablar de Dios, aunque sea a un mismísimo Ángel, para desterrar el temor del corazón, hay que encontrarse con Él, tener un encuentro personal en Su Palabra, en la oración y sobre todo, en la Eucaristía. El Señor saluda a las mujeres y les pide que no teman, y ahí sí San Mateo no vuelve a mencionar que siguieran con miedo, sólo dice que fueron a dar la buenísima noticia de la Resurrección, la misma que resuena este domingo en la Iglesia en todo el mundo: ¡Resucitó!, ¡Vive! ¡Aleluya! Se terminaron las razones para el miedo; ahora sabemos que Aquel que vive desde siempre, vive para siempre y que así como nos ha sostenido en Sus manos amorosas desde antes de que naciéramos, así nos seguirá sosteniendo hasta que nos encontremos cara a cara con Él en la vida eterna. Por ello, no hay nada que temer. Puedes tener la absoluta seguridad de que Aquel que ha vencido sobre toda tiniebla tiene el poder para protegerte de todo mal, sea que te libre de él o que te dé una fuerza invencible para enfrentarlo y superarlo. En esta Pascua, tú como las mujeres, deja que el Resucitado te salga al encuentro para invitarte a dejar atrás todo desasosiego o inquietud, a caminar por la vida alegre y confiadamente bajo Su luz y a convertirte en testigo gozoso de Su Resurrección.
(Del libro de Alejandra Ma. Sosa E. ‘Caminar sobre las aguas’, Col. La Palabra ilumina tu vida, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 70, disponible en amazon).