¿De qué nos sirven las tentaciones?
Alejandra María Sosa Elízaga*
Alguien preguntaba el otro día: ‘¿Por qué permite Dios que vivamos tentaciones?
Si quisiera podría librarnos de ellas, es más, podría haber determinado que éstas ni siquiera hubieran existido, y así se hubiera asegurado de que el ser humano nunca hubiera caído en ellas ni hubiera cometido pecados, entonces, ¿por qué deja que las experimentemos?, ¿de qué nos sirven las tentaciones?
Cabría dar cinco respuestas a esta interrogante:
1. Nos permiten ejercer nuestra libertad
Si Dios nos hubiera creado como ‘títeres del bien’ para que nunca pudiéramos hacer otra cosa que Su voluntad, sin libre albedrío para elegir cumplirla o no, no tendríamos libertad, un bien muy preciado del que Dios ha querido dotarnos y del cual no quiere privarnos, porque es lo que nos permite mostrarle nuestro amor y adhesión eligiendo libremente entre dos caminos, el que conduce hacia Él.
2. Nos muestran cómo somos
Nos ubican en nuestra realidad caída y pecadora. Si nunca sufriéramos tentaciones en las cuales caemos, quizá nos sentiríamos los ‘muy muy’, nos creeríamos superiores a los demás, casi casi (o sin el casi), dioses. El caer en una tentación nos hace darnos cuenta de cuán frágiles somos. Nos hace humildes.
Comentaba un señor que recién salido de confesarse de que, entre otras cosas, echaba maldiciones cuando estaba atorado en el tráfico, le tocó cinco claxonazos a otro automovilista, y cuando éste lo volteó a ver le hizo una señal grosera. Y en ese instante se dio cuenta de que ¡¡acababa de confesarse de eso, acababa de salir de la iglesia muy contento, sintiéndose perdonado por Dios, y ¡no había tardado nada en volver a caer en lo mismo!
Las tentaciones nos permiten darnos cuenta de lo débiles que somos. Y eso ¿de qué nos sirve? Desde luego no para azotarnos contra las paredes, ni para sentir que no tenemos remedio y mucho menos para abandonar la lucha por alcanzar la santidad pensando que es algo imposible, sino para algo muy diferente y que constituye en sí mismo una punto aparte:
3. Nos ayudan a detectar qué nos hace caer, específicamente, a nosotros
Ello nos permite proponernos corregirlo (como esos hombres de los que nos hablaba el Evangelio, que construyeron sus casas, uno sobre roca y otro sobre arena. La casa del primero resistió los torrentes que la embistieron, la del segundo se derrumbó. Ello permitió a su constructor no sólo darse cuenta de que la edificó mal, sino proponerse reconstruirla sobre sólidos cimientos. Esto a su vez conduce necesariamente al siguiente punto:
4. Nos permiten fortalecernos
Cuando superamos una tentación crecemos en fortaleza para superar otras. Y viceversa: caer en una nos debilita para caer en otras.
¿Cómo podemos aprovecharlas para fortalecernos? Porque facilitan algo fundamental en nuestra vida:
5. Nos mueven a reconocer que necesitamos y ¡mucho! la ayuda de Dios
Confesaba San Pablo que no comprendía su proceder pues no hacía lo que quería sino lo que aborrecía (ver Rom 7, 15), deducía que ello se debía a que en él habitaba el pecado y se lamentaba: “¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?” y ahí mismo respondía que Jesús, por Quien daba gracias a Dios (ver Rom 7, 24).
Y es que nosotros caemos cuando enfrentamos tentaciones, pero Jesús no cayó.
Como lo muestra el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 4, 1-11), sufrió pruebas (y no sólo en el desierto, pues durante toda Su vida se le presentó la tentación, la posibilidad de cumplir o no los designios de Su Padre, y siempre optó por amoldar Su voluntad a la de Aquel).
Así, el vivir tentaciones puede ser positivo si para superarlas nos tomamos más firmemente de la mano de Jesús, nos encomendamos más a Su ayuda, nos volvemos como esos niños pequeños que aprietan la mano de su mamá cuando están en medio de una multitud en la que podrían perderse, o como esas personas mayores que cuando caminan por una acera dispareja, se apoyan en el brazo de su acompañante.
Así también nosotros, no tenemos que conformarnos con padecer o sufrir la tentación, sino podemos aprovecharla para aprender la lección que nos muestra acerca de nosotros mismos y nuestras míseras fuerzas; fortalecer aquello que necesitemos fortalecer en nuestra vida espiritual, y adquirir mayor intimidad y confianza con Dios para poder decir, como el salmista: “Cuando me parece que voy a tropezar, Tu misericordia, Señor, me sostiene” (Sal 94, 18).
(del libro de Alejandra Ma. Sosa E. ‘La Fiesta de Dios’, col. Lámpara para tus pasos’, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 50; disponible en amazon).