Encuentro, invitación, respuesta
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿A dónde?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿cuánto tiempo?, ¿qué exigirá de mí?, ¿será para siempre?, ¿y si no me gusta?, ¿habrá vuelta atrás?
Todas estas preguntas pudieron hacerle pero no se las hicieron.
Eligieron callar, confiar, atreverse a hacer la prueba, correr el riesgo porque les parecía que en verdad valía la pena.
Ellos no lo sabían de cierto entonces, lo intuían apenas; hoy nosotros ya lo sabemos: no se equivocaron.
¿A qué me refiero? A lo que narra el Evangelio que se proclama este domingo en Misa.
Dice que cuando Jesús vio a Simón y Andrés, que echaban las redes en el mar, les dijo: "Síganme y los haré pescadores de hombres" (Mt 4,19), que "ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron" (Mt 4,20); y que más adelante invitó a otros dos hermanos, Santiago y Juan, quienes igualmente "dejando en seguida la barca y a su padre, lo siguieron"(Mt 4,22).
Aquí hay por lo pronto, tres elementos sobre los que vale la pena reflexionar con relación a nuestra vida: un encuentro, una invitación y una respuesta.
Un encuentro.
Decía el otro día un sacerdote que no cree en la fe de quienes no han experimentado en algún momento de su vida un encuentro personal con Jesús, y quizá no le falta razón.
Puede haber alguien que ha nacido en una familia creyente, que en su infancia fue al catecismo, se aprendió de memoria muchas oraciones, y asiste a Misa cada domingo, pero si no tiene una relación personal con Jesús, vive una fe rutinaria, vacía, motivada sólo por la costumbre, que le vuelve fácil presa de doctrinas engañosas que pueden apartarle de la Iglesia.
En cambio si ha descubierto a Jesús vivo y presente en su vida, si tiene con Él una relación personal, cercana, si lo ve no como un Dios lejano sino como un Amigo fiel, entonces todo cambia.
El encuentro con Él en la Eucaristía; el diálogo sabroso con Él en la oración; la lectura de Su Palabra adquieren verdadero sentido y Jesús deja de ser una idea nebulosa y se convierte en Alguien tangible, cercano, familiar, que no sólo conoce íntimamente todo lo que le sucede sino que se interesa por ello e interviene siempre para bien. Alguien tan amado que es imposible de olvidar y mucho menos de abandonar...
Una invitación
Jesús nos hace siempre una misma invitación: 'sígueme'.
¿Qué implica el seguimiento? Evidentemente ir detrás de Él; dejar de pretender, como muchas veces hacemos, que sea Él quien vaya detrás de nosotros bendiciendo lo que sea que se nos ocurra hacer. Es a Él a quien debemos seguir. ¿A dónde? A dondequiera que vaya.
Cuando era chica había un juego que se llamaba 'lo que hace la mano, hace la tras', que consistía en formarse en fila india y hacer lo mismo que hiciera quien iba al frente: si saltaba, saltar, si corría, correr, si cantaba, cantar, etc. Pues bien, el seguimiento de Jesús es algo semejante. Hay que aprender a ir detrás de Él imitando Sus gestos, Sus actitudes. Ello puede resultar a veces incómodo y aún difícil porque Él tiene la costumbre de ir a donde no siempre nos gusta seguirlo: por ejemplo, en una reunión familiar, seguro irá a sentarse a platicar con el pariente 'sangrón' que nos cae gordo; en el trabajo sin duda se le ocurrirá consecuentar a quien nadie soporta; en la calle sin duda se detendrá a ayudar a alguien de quien normalmente nos desentenderíamos, pero si lo seguimos e imitamos descubriremos asombrados una dicha inesperada que entibiará nuestro corazón, romperá su frialdad, desterrará sus tinieblas...
Notemos que cuando Jesús invitó a estos pescadores a seguirlo, les prometió hacerlos “pescadores de hombres”(Mt 4,19).
Es evidente que no estaba hablando literalmente, no se refería a que ahora se dedicarían a atrapar gente en sus redes para merendársela a las brasas o al mojo de ajo. Estaba hablando en forma figurativa. Les estaba proponiendo transformar lo mismo que hacían para darle un nuevo sentido: ponerlo al servicio del Reino. Ya que eran pescadores, ahora lo serían para captar, en la gran red del amor de Dios, a todos los hombres.
Hay gente que teme que si le abre la puerta de su vida a Dios Él le pedirá que haga algo totalmente extraño; no es así. Dios aprovecha siempre las cualidades y capacidades de las personas, y lo único que pide es que las pongan al servicio de Su Reino.
Seguirlo no necesariamente implica dejar lo que se hacía sino hacerlo siguiéndolo a Él, es decir, procurando imitarlo en Su misericordia, en Su paz, en Su bondad, en Su comprensión, en Su justicia.
No importa si lo que haces es atender público, manejar un vehículo de pasajeros, cuidar a un enfermo o criar una familia, si lo haces siguiendo a Jesús, poniendo tus pies sobre Sus huellas, estarás colaborando con Él a edificar Su Reino en tu mundo cotidiano y verás cómo todo se transforma y sientes nuevos bríos, renovada alegría, mayor amor, paciencia y tolerancia, en suma, una disposición nueva verdaderamente cristiana porque su fuente y su sostén vendrán de Cristo.
Una respuesta
Los cuatro pescadores dieron una respuesta radical a la invitación de Jesús: lo dejaron todo al instante por seguirlo; captaron que estaban ante una oportunidad única y que si la dejaban pasar podría no presentarse otra vez: la de experimentar una plenitud como no la habían conocido nunca. Hasta ahora quizá habían vivido su vida tranquilos, habían ejercido su oficio con gusto, se habían sentido satisfechos, habían creído ser felices. Pero luego de que su corazón fue tocado por la mirada y las palabras de Jesús comprendieron que algo fundamental les había faltado y que la verdadera felicidad estaba en seguirlo a Él, que si lo dejaban ir les quedaría una soledad, un vacío en el alma que no podrían llenar.
Encontrarnos con Jesús y decir sí a la invitación puede llevarnos por sendas inesperadas, pero no hay que temer, serán sin duda luminosas; no hay que olvidar que seguimos a Aquel de quien el Evangelio dice, citando a Isaías, que vino a nuestra tierra de sombras para hacer resplandecer sobre nosotros Su luz... (ver Is 9,1; Mt 4,16).
(del libro de Alejandra Ma Sosa E “Caminar sobre las aguas”, col. La Palabra ilumina tu vida, Ediciones 72, México, p. 37; disponible en amazon).