Dime con quién andas y te diré quién eres
Alejandra María Sosa Elízaga*
Ese dicho tiene mucho de cierto: las personas suelen rodearse de quienes comparten sus creencias, gustos, profesión, ideas políticas, etc. (el deportista tiene amigos deportistas; el parrandero se junta con parranderos; el ratero forma parte de una pandilla que se dedica al robo y así sucesivamente).
Sin embargo también tiene mucho de falso, pues quienes te rodean no necesariamente definen quién eres, en el sentido de influir sobre ti (un estudiante puede sacar buenas calificaciones aunque sus amigos reprueben; una señora puede mantener viva su fe aunque su esposo e hijos no sean creyentes, etc.).
Desafortunadamente algunos toman ese dicho como advertencia: ¡ojo!, la gente piensa que eres igual a quienes te rodean, por lo cual debes cuidar mucho con quién te juntas, no sea que los demás piensen mal de ti.
Esta mentalidad es en buena medida responsable de la discriminación que practicamos desde la infancia. En la escuela nadie quiere juntarse con el niño rechonchito que es torpe para los deportes; la niña que no es tan bonita o tan simpática no tiene amigas. En todos lados siempre existe el grupo de los 'buena onda' y el grupo de los que nadie toma en cuenta, de los que no tienen con quién sentarse a comer, de los que nunca son elegidos cuando se trata de formar equipos. En la universidad, en el trabajo, en el grupo de amigos, incluso en la comunidad parroquial siempre hay alguien a quien todos le hacen el 'feo', con quien nadie quiere ser 'visto' para no 'quemarse', con quien nadie quiere 'andar' para no dar la impresión de que es como esa persona.
Practicamos la discriminación con una naturalidad aterradora. Casi sin darnos cuenta de ello vamos constantemente por la vida 'pintando nuestra raya', dejando fuera de los estrechos límites de quienes consideramos 'aceptables' a muchos seres humanos a los que evaluamos y reprobamos por su aspecto físico, inteligencia, simpatía, color de piel, calidad de ropa, año -y modelo- de coche, tamaño y ubicación de su casa, ocupación y sueldo anual, y un sinnúmero más de trivialidades que nos hacen apartarnos de ellos sin motivo justificado.
Te preguntan con quién andas y tú gozas al afirmar que con pura gente 'bonita', 'cool', 'chida'. Crees que por eso 'ya la hiciste', pero Dios tiene otra opinión muy diferente al respecto. Para Dios eso de 'dime con quien andas' significa lo opuesto de lo que el mundo cree: que aquellos con los que andas no te 'queman', todo lo contrario, muestran tu grado de amor cristiano, de compromiso para vivir tu fe. Pensemos en la madre Teresa de Calcuta. ¿Alguien podía creer que era despreciable porque andaba entre personas que muchos consideraban despreciables? Claro que no, todo lo contrario. Su cercanía con los más pequeños no la empequeñecía, la hacía grande: mostraba su gran corazón, su enorme capacidad de amar, su cristianismo auténtico
Jesús jamás se preocupó por el 'dime con quien andas', y ¡vaya que pensaban mal de Él porque aceptaba comer con publicanos y pecadores!, pero a Él eso lo tenía sin cuidado, lo que le importaba era acercarse a quien lo necesitara.
Lo vemos en el Evangelio que se proclama hoy en Misa: Jesús no tiene inconveniente en aguardar, entre pecadores, a que Juan lo bautice en el Jordán. Los Evangelios nos muestran una y otra vez cómo Jesús se empeña en derribar las barreras que los seres humanos construimos para separarnos de otros. A Dios no le gusta nuestra costumbre de discriminar.
Hoy se lee un trozo de un discurso que San Pedro pronuncia para dejar bien claro que el cristianismo es para todos, judíos y paganos por igual, donde afirma: "Dios no hace distinción de personas" (Hch 10, 34), es decir, Dios acepta a todos por igual.
Alguien puede objetar: "es que en este mundo no se puede vivir así, hay que hacer 'distinción de personas' porque hay gente de la cual es mejor alejarse porque puede ejercer mala influencia sobre nosotros o sobre nuestros jóvenes o niños". Ante esto cabe responder que hay que diferenciar, con prudencia y sentido común, las personas cuyo trato con nosotros o nuestros hijos puede resultar en verdad perjudicial (evitar lo que las abuelas llamaban 'andar en malas compañías'), de las personas a las que estamos juzgando injustamente, sólo por apariencias.
¿Cómo saber la diferencia? Dándonos la oportunidad de ir más allá de lo superficial, dándoles la oportunidad de mostrarnos quiénes son en realidad.
Debajo del traje de cuero negro y los pelos picudos y verdes de un chavo banda muy probablemente se esconde un chamaco asustado que quiere disimular su vulnerabilidad y desesperada necesidad de cariño bajo un aspecto feroz. Detrás de la cara de pocos amigos de esa persona que vive o trabaja cerca de nosotros quizá se oculta un corazón de oro, ávido de recibir y dar afecto. ¿No te ha sucedido que la primera vez que viste a quien hoy es tu gran cuate o cuata, te cayó gordo, te pareció 'sangrona?¿Qué sucedió?,que le diste una oportunidad, y descubriste su valor.
En el Jordán había muchos aguardando a ser bautizados y seguramente también muchos otros que los veían desde lejos, juzgándolos indignos de su amistad y cercanía. Qué lástima. Si éstos se hubieran dado la oportunidad y se hubieran acercado, se hubieran encontrado con Aquel que suele estar donde menos se le espera...
(del libro de Alejandra Ma Sosa E ‘¿Te has encontrado con Jesús?’, col. Fe y Vida, vol. 2, Ediciones 72, México, p. 25; disponible en amazon).