Expectativas rebasadas
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Alguna vez has sentido como que Dios te ha defraudado porque algo que esperabas que hiciera por ti o algo que le pediste con todo el corazón no sucedió?
¿Alguna vez te ha dado la impresión de que Dios está demasiado ocupado como para resolver lo que a ti te está pasando?, ¿le pides y le pides y no ves los resultados anhelados?
Quizá entonces has sentido también una mezcla de desconcierto, frustración, desamparo y tal vez hasta desesperanza, y quizá te has preguntado por qué no te responde e incluso has llegado a creer que no le importas o, peor aún, que te has equivocado al confiar en Él. Puede suceder. Cuando menos da la impresión de que esto fue lo que le sucedió a Juan el Bautista, según lo que nos cuenta el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mt 11, 2-11).
Consideremos esto: ante las multitudes que acudían a escucharlo y a ser bautizadas por él, Juan anunció la venida del Reino y del Mesías esperado, el enviado de Dios. Luego, cuando descubrió que éste era Jesús seguramente se puso feliz pues lo sentía muy cercano: recordemos que sus madres, María e Isabel, eran parientas y amigas, así que cabe suponer que ambos compartieron muchos momentos de convivencia desde su más tierna infancia.
Entonces sucedió que Juan fue encarcelado injustamente cuando Jesús comenzó a predicar y a realizar milagros, y cabe pensar que quizá el Bautista esperaba que su primo le hiciera el milagro de sacarlo de la cárcel. Pero no sucedió. Y pasaron los días y él siguió encerrado en una celda oscura, y quizá entonces comenzó a preguntarse por qué Jesús, que era capaz de calmar tempestades, curar enfermos y devolver la vida a los muertos, no hacía nada por él, su pariente y amigo de toda la vida.
Lo mismo que probablemente muchos se preguntan hoy: ¿Por qué Dios no hace nada para evitar que tenga que sufrir esa enfermedad, esa injusticia, esa pérdida de un ser querido, esa situación insoportable que tengo que enfrentar todos los días?, ¿por qué Dios no hace nada? ¿qué pasa?, ¿es o no es Todopoderoso?
En el Evangelio vemos que Juan envía a unos mensajeros a preguntarle de su parte a Jesús: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?" (Mt 11, 2), una pregunta que expresa incertidumbre ante un Señor que no responde siempre como uno espera, que no resuelve siempre los asuntos de la manera o con la rapidez con que uno quiere que los resuelva; una pregunta que quizá surge de un alma que se siente como presa en la oscuridad de un sufrimiento que parece no tener sentido ni final. ¿Eres Tú Aquel en el que puedo poner mi esperanza o debo ponerla otra parte?, ¿puedo confiar en Ti o mejor en algo o alguien más?
Quizá muchos no se atreverían a hacer semejante pregunta porque les parecería irrespetuosa por desconfiada, pero qué bueno que el Bautista sí se animó a hacerla, porque gracias a ello descubrimos dos cosas: la primera es que al Señor no le molestan los preguntones, no manda fuego del cielo a consumir a los que buscan respuestas, todo lo contrario, hace lo posible por contestarles (aunque cabe aclarar que no siempre sus respuestas son como y cuando uno esperaría ), y en segundo lugar porque Jesús fue tan contundente que no dejó lugar a dudas: le respondió al profeta con lenguaje de profeta. Dijo: "Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio" (Mt 11,4-5), como quien dice: vayan a contarle a Juan que se están cumpliendo los signos que confirman que soy el Esperado por los siglos, vayan a contarle a Juan que estoy cumpliendo lo que anunció el profeta Isaías (ver Is 35, 1-6.10; bellísimo texto que se proclama como Primera Lectura este domingo).
¿Qué significa esta respuesta de Jesús? ¡Algo que sin duda llenó de alegría el corazón del Bautista y que debe alegrarnos profundamente a nosotros también! (por algo este Tercer Domingo de Adviento es llamado 'Gaudete' o Domingo de la Alegría), que el Señor sí es Aquel en el que podemos poner nuestra esperanza, que sí es Aquel en quien podemos confiar, y que aunque a veces nos parezca que no está haciendo nada por nosotros, está haciendo infinitamente más de lo que jamás nos hubiéramos atrevido a esperar: porque vino a liberarnos no de un sufrimiento pasajero, sino de pasar la eternidad sufriendo; porque vino a darnos no una alegría que se acaba sino una que no terminará jamás.
Podemos imaginar el gozo y la paz que sintió Juan el Bautista cuando sus discípulos transmitieron las palabras de Jesús. Comprendió que lo que había esperado era demasiado poco comparado con lo que Jesús le ofrecía, no sólo a él sino a todos, en todo tiempo y lugar. Juan quizá se hubiera conformado con ser rescatado de la oscuridad de su celda, pero Jesús vino a rescatar no sólo a un hombre, sino a la humanidad entera de la oscuridad del pecado y de la muerte. ¿De qué le hubiera servido ser salvado de la cárcel si no hubiera habido eterna salvación?
¿De qué serviría que un ser querido sanara o no muriera en un momento dado, si más tarde lo perdiéramos irremediablemente? ¿De qué nos serviría que se cumpliera cuanto deseamos en este mundo si fuera pasajero? Consideremos esto la próxima vez que nos veamos tentados a pensar que el Señor no está haciendo suficiente por nosotros y aprendamos a captar cómo cuanto hace rebasa nuestras más atrevidas expectativas, porque no satisface sólo la efímera inmediatez de un para mí, aquí y ahora, sino que se ofrece a todos y es para siempre...
(Publicado con autorización. Del libro de Alejandra Ma Sosa E “Caminar sobre las aguas”, col. La Palabra ilumina tu vida, ciclo A, Ediciones 72, México, p. 13; disponible en amazon).