y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Dame paciencia, pero ¡ya!

Alejandra María Sosa Elízaga*

Dame paciencia, pero ¡ya!

Cuando sientes que te hierve la sangre porque enfrentas una situación que te incomoda, molesta, desespera o enfurece y te dan ganas de dar de gritos, o salir corriendo o estrangular a alguien, quizá te ha sucedido que levantas el teléfono 'rojo', el de las 'emergencias', para pedirle a Dios: '¡¡dame paciencia!!', y como segundos después de esta petición ves que sigues en las mismas, que no bajó de las alturas una nube de celestial paciencia para envolverte y serenarte mágicamente, le reclamas a Dios, como quien habla a quejarse a uno de esos lugares que ofrecen servicio a domicilio: 'Tú dijiste: 'pedid y recibiréis', entonces ¡cumple!¿qué pasa que no me mandas lo que te pedí?, ¡llevo rato esperándolo y no llega!, es para hoy, ¿eh?; ¡me estás quedando mal!, te pedí paciencia y la necesito ur-gen-te-men-te, mándamela pero ¡¡¡yaaaaa!!!'

Nos molesta esperar.

Los bancos ponen televisiones y las empresas música en sus teléfonos para hacer más llevadera la larga espera a que someten a sus clientes.

Los productos que más éxito tienen son los que ofrecen resultados ultra-rápidos: la medicina que te cura de volada; la computadora más veloz; el método de adelgazar más acelerado. 

Pero la verdad es que por más que luchemos contra ello la vida nos somete necesariamente a muchas esperas, y cuando esto sucede no sabemos reaccionar, queremos que todo se solucione ¡de inmediato! y si no es así, volvemos los ojos hacia Dios y exigimos que entonces nos dé paciencia, y que sea ¡instantánea!  Pero las cosas no funcionan así, la paciencia no se obtiene de ese modo.

En la Segunda Lectura que se proclama hoy en Misa San Pablo habla de "la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras" (Rom 15,4) es decir, que la Palabra de Dios puede darnos la paciencia que necesitamos.

Y antes de que alguien se ponga a hojear apresuradamente la Biblia pensando que en alguna página puede encontrar una especie de 'conjuro' para pedir paciencia automática y obtenerla, hay que seguir leyendo lo que dice San Pablo: que es Dios la "fuente de toda paciencia y consuelo" (Rom 15,5).

Si relacionamos ambas afirmaciones: que Dios es fuente de paciencia y Su Palabra nos da paciencia, podemos concluir que quien quiera obtener este don tan preciado y necesario, puede lograrlo si se acerca a Dios a través de Su Palabra.

¿Qué significa esto? Que en la medida en que vas leyendo y conociendo la Sagrada Escritura, vas descubriendo que Dios tiene todo en Sus manos, que todo sucede por algo, que en todo interviene para bien, que Sus tiempos no son nuestros tiempos ni Sus caminos nuestros caminos así que de nada sirve angustiarse o enojarse si las cosas no suceden como y cuando nosotros queremos, pues Dios, desde Su infinita sabiduría, tiene todo bajo control y si Él permite que algo suceda es porque así nos conviene, aunque de momento no lo consideremos así.

Conocer a Dios a través de los relatos bíblicos es conocer a un Dios paternal, amoroso, providente, que está siempre dispuesto a darnos todo cuanto de verdad necesitamos (que no es lo mismo que cuanto creemos que necesitamos).

Así, conforme te vas adentrando en el conocimiento de Dios, va creciendo tu confianza en Él y va creciendo tu certeza de que todo lo que pasa es por algo y, con Él a tu lado, es siempre para bien. De esa manera, sin darte ni cuenta, te llega la paciencia. 

Y si tienes que esperar a que se resuelva algo que tarda demasiado para tu gusto, si te toca enfrentar una situación enojosa, grande o pequeña, no te impacientas, la vives con la seguridad de que el Señor se encarga de ella y todo se irá resolviendo cuando y como Él disponga.

Vivir así te permite no sólo no hacer corajes, sino incluso agradecer las situaciones difíciles, las esperas largas que te toca enfrentar y que antes te exasperaban porque ahora les encuentras sentido y las puedes aprovechar (para crecer en humildad, en amor; para orar por los demás...). Es sorprendente lo fácil que resulta pararle el alto a la ira cuando se vive todo de la mano de Dios.

San Pablo incluye la paciencia en su lista de 'frutos del Espíritu' (ver Gal 5, 22), es decir que la recibimos como regalo cuando se nos dio el Espíritu Santo en nuestro Bautismo; el asunto es que así como cuando abres un regalo en un cuarto oscuro no te das cuenta de lo que es ni lo aprovechas, pues necesitas abrirlo donde hay luz para poderlo apreciar, de la misma manera, para aprovechar lo que Dios te da necesitas acercarte a Su luz, dejar que te ilumine Su presencia, vivirlo todo bajo Su luminoso amparo.

La paciencia no se puede obtener de golpe: es algo que va surgiendo de a poquito y va creciendo e instalándose en el alma como consecuencia de una relación con Aquel que es el mismo ayer, hoy y siempre. 

Tomemos por ejemplo a María. ¡Cuántas esperas tuvo que enfrentar y con cuánta paz y paciencia las vivió!  En estos días en que nos preparamos a la Navidad y seguramente tenemos que hacer muchas cosas -lo que por supuesto incluye soportar muchas esperas en lugares atestados, en medio de un tráfico imposible, etc.- tómate un tiempo cada día para sentarte un momento a contemplar en un Nacimiento a María, nuestra Señora de la Paciencia, y pídele que ore por ti para que sepas vivirlo todo con una paz y paciencia que, como la suya, brote de tu cercanía con el Señor, tu conocimiento íntimo de la Palabra, tu absoluta confianza en Dios, tu Salvador.

 

(del libro de Alejandra Ma Sosa E ‘¿Te has encontrado con Jesús?’, col. Fe y Vida, vol. 2, Ediciones 72, México, p. 11, publicado con permiso de la autora; disponible en amazon).

Publicado el domingo 8 de diciembre de 2019 en la pag web y de facebook de Ediciones 72