¿Cuál corona?
Alejandra María Sosa Elízaga*
No fue una corona de espinas la que pusieron los soldados sobre la cabeza de Jesús, fue más bien un casco de espinas. Arrancaron una maraña de ramas espinudas y se la echaron encima, golpeándole con una caña para que las espinas le penetraran.
¿Cómo sabemos esto?
Lo muestra la Sábana Santa, el lienzo en el que estuvo envuelto el cadáver de Jesús en el sepulcro (visita: sabanasanta.org).
Las manchas de sangre revelan que se le clavaron alrededor de cincuenta espinas, en toda la cabeza, y penetraron más en el área de la nuca, debido a que cargó la cruz y a que cuando estuvo crucificado, debía levantar la cabeza para poder respirar, pues por la postura en la que estaba, le faltaba el aire. Con cada respiración, se hundían más las espinas en su cráneo y nuca. El dolor debe haber sido atroz.
Es impactante considerar que Jesús se dio cuenta de lo que los soldados se disponían a coronarlo de espinas y sin embargo no lo evitó, no mandó fuego del cielo que los achicharrara. Lo vio venir y lo aceptó. Siendo Él, como lo celebramos este último domingo del año litúrgico, el Rey del Universo, dejó que lo coronaran de espinas. Aceptó que lo humillaran así, que lo lastimaran así. Por amor a nosotros. A ti y a mí.
Nos horroriza la crueldad de los soldados, que viendo a Jesús con todos el cuerpo llagado, por delante y por detrás, debido a los ciento veinte azotes que le fueron dados en cuarenta tandas, y que fueron lastimando, abriendo la piel, cayendo sobre la carne viva, y no contentos con haberlo abofeteado y escupido, todavía tuvieran la ocurrencia de lastimarle de esa manera la cabeza.
Y sin embargo, lo que hicieron ellos entonces, lo hemos seguido haciendo los seres humanos de todos los tiempos. Seguimos coronando de espinas a Jesús.
Cada vez que, al igual que los soldados que usaron su creatividad para hacer un casco de espinas, nosotros usamos nuestro ingenio, nuestros dones y talentos, para idear algo que dañará a otro ser humano (por ejemplo sustancias y métodos para aborto y eutanasia; armas y bombas; fraudes, robos, secuestros, palabras hirientes), coronamos a Jesús de espinas.
El Evangelio que se proclama en Misa este domingo, narra las burlas que le hicieron (ver Lc 23, 35-43). Cada vez que, como los soldados que le ofrecían a Jesús vinagre, es decir vino agriado, le ofrecemos nosotros lo peor de nosotros mismos: el tiempo que nos sobra, si acaso nos sobra; asistir a Misa sin ganas y sin prestar atención; rezos mecánicos sin devoción, flojera de leer la Palabra, desgano de cumplir Su voluntad, lo coronamos de espinas.
Cada vez que, como los soldados que se burlaban de Jesús pidiéndole que se salvara a Sí mismo, nosotros le pedimos que nos muestre que es Dios, que cumpla todo lo que le pedimos, que nos dé señales milagrosas para poder creer en Él, lo coronamos de espinas.
Al pie del Cristo que está en el monumento a Cristo Rey en Silao, Guanajuato, hay dos angelitos. Uno le ofrece una corona de espinas y el otro una corona de Rey.
Nos representan a nosotros. Podemos ofrecerle una u otra.
Cada vez que ponemos lo que somos y tenemos al servicio del Reino de Dios, para edificarlo en nuestro mundo, coronamos a Jesús como nuestro Rey.
Cada vez que le dedicamos reservamos en nuestro día un tiempo especial para dedicar a la oración, a la lectura de la Palabra; cuando hacemos el esfuerzo de no faltar a Misa el domingo, y damos a nuestra familia y a quienes nos rodean, el testimonio de que para nosotros Dios es lo primero, coronamos a Jesús como nuestro Rey.
Cada vez que aceptamos lo que dispone en nuestra vida, con la certeza de que si Él lo permite, es para nuestro bien, y no repelamos ni nos desesperamos, sino nos ponemos confiadamente en Sus manos, coronamos a Jesús como nuestro Rey.
Hemos llegado al último domingo del año litúrgico. Empezamos un nuevo ciclo.
Es buen momento para preguntarnos cuál de las dos coronas le hemos estado ofreciendo a Jesús, y con cuál queremos coronarle de ahora en adelante.