Orar por las autoridades
Alejandra María Sosa Elízaga*
Ya van dos veces que nos lo piden durante esta semana. Por algo será.
La primera fue el lunes, providencialmente al día siguiente de la ceremonia de conmemoración del ‘Grito de Independencia’, que este año tuvo, entre otras, una arenga cuyo posible significado oculto ha alarmado a muchos católicos.
La segunda es este domingo.
En ambos casos se trata de la Lectura de la Carta de san Pablo a Timoteo que se proclama en Misa (ver 1Tim 2, 1-8), en la que el Apóstol solicita: “que ante todo se hagan oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, y en particular, por los jefes de Estado y las demás autoridades, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido.”
La indicación no puede ser más explícita, san Pablo incluso usó varios sinónimos como para que nos quede bien clarito lo que tenemos que hacer: orar, pedir, suplicar y agradecer a Dios por todos, pero en particular: “por los jefes de Estado y las demás autoridades”.
Y aquí tal vez más de uno diga: ‘yo por ésos no pido’, porque tal vez no le caen bien y cree que rezar por ellos es pedir que se salgan con la suya en las cosas malas que hacen.
No es así. Y Pablo lo da a entender más adelante cuando dice que Dios quiere que “todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad”.
Es decir, orar por ellos es, ante todo, suplicar por su conversión, rogar a Dios que les toque el corazón para que conozcan la verdad. ¿Qué verdad? La más relevante que hay: Que Dios existe, que Él fue quien les dio la vida, que es un Dios Misericordioso, pero también es Justo, y sabe lo que piensan, dicen, hacen o dejan de hacer, penetra hasta el más íntimo de sus pensamientos, conoce hasta la más escondida de sus intenciones, y un día se van a encontrar con Él y tendrán que rendirle cuentas. Jesús mismo advirtió que cada uno recibirá lo que merezcan sus obras (ver Mt 16, 27).
Orar por las autoridades es, ante todo, pedir su conversión, rogar que obren con verdadera honestidad y justicia, suplicar que no cometan abusos sino procedan con caridad. Es también agradecer lo bueno que hagan, pero sobre todo agradecer de antemano a Dios por atender nuestra oración.
Es evidente que encomendar al Señor a nuestros gobernantes es muy necesario y urgente.
En estos días han circulado unos mensajitos que han inquietado a mucha gente. Varias personas me los han reenviado, comentando que están muy preocupadas. Mi respuesta es siempre la misma: ¿qué caso tiene angustiarse? No conduce a nada, solamente nos roba la paz. Mejor hacer lo que esté a nuestro alcance: orar, orar, orar. Nosotros no podemos nada, pero Dios lo puede todo. El tiempo que nos toma reenviar un mensajito, está mejor aprovechado si rezamos un Padre Nuestro, un Ave María por México.
Ante situaciones difíciles que se nos presenten, lo primero debe ser volver la mirada a Dios. Ponerlo todo en Sus manos. Confiar que Él se ocupará, y, como dice san Francisco de Sales, o bien nos librará de la dificultad o nos dará la fuerza para superarla.
Debemos poner nuestra Patria en Sus manos, y confiar también en la maternal intercesión de Santa María de Guadalupe, Madre amorosa de los mexicanos.