Luz para encontrar
Alejandra María Sosa Elízaga*
Contaban de una viejita que estaba barriendo cuidadosamente la calle alrededor del farol encendido frente a su casa. Alguien le preguntó qué hacía. Explicó: ‘estoy buscando algo que se me perdió, no sé qué es, sólo lo oí caer en el piso de mi cuarto.’ Le respondieron: Y si se le cayó en su cuarto, ¿por qué lo busca aquí afuera?’ Contestó: ‘porque allá está oscuro y aquí no’.
Da risa que buscara afuera lo que perdió adentro, pero hay que reconocer que una parte de su razonamiento tiene una lógica impecable: no se puede buscar algo a oscuras, es indispensable tener luz.
Mucha gente está en búsqueda. Y, como la viejita, no sabe bien a bien qué está buscando, sólo siente como que le falta algo, como que no se siente plena, feliz ni en paz.
Pero a diferencia de la viejita, se pone a buscar a oscuras.
Busca respuestas en la New Age, en religiosidades orientales, en los horóscopos, el eneagrama, la ouija, las cartas, el i ching, y una larga lista de recursos que pululan por todas partes y que no llevan a ninguna parte, o mejor dicho, que desorientan y dejan a la gente peor que antes, más a oscuras, a veces incluso sumida en verdaderas tinieblas de las que no logra salir.
Dice el autor de la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Sab 9, 13-19):
“Con dificultad conocemos lo que hay sobre la tierra y a duras penas encontramos lo que está a nuestro alcance.
¿Quién podrá descubrir lo que hay en el cielo?
¿Quién conocerá Tus designios, si Tú no le das la sabiduría enviando Tu Santo Espíritu desde lo alto?
Sólo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada.
Sólo con esa sabiduría se salvaron, Señor...”
Por nosotros mismos no logramos conocer lo más importante que necesitamos conocer:
¿Quiénes somos?, ¿qué hacemos en este mundo?, ¿quién nos creó?, ¿por qué?, ¿para qué? ¿hacia dónde vamos?, ¿qué hay después?
Por nosotros mismos no podemos obtener verdaderas respuestas. Sólo nos las imaginamos, nos las inventamos.
Únicamente Dios puede enviarnos la luz que necesitamos para encontrar lo que estamos buscando y obtener verdadera alegría, paz duradera, esperanza que no defrauda, amor que nos hace felices.
Nada como entrar un rato a la iglesia, sentarte ante el Sagrario, o ante el Santísimo expuesto, es decir, ante Jesús, realmente Presente allí, y abrirle tu corazón, contarle tus inquietudes, o simplemente dejar que Su amorosa cercanía te ilumine y te serene.
Nada como leer despacito, reflexivamente, saboreándolo, unas líneas de un Salmo, o de un Evangelio, y repasarlas, dejar que te hablen y conforten tu corazón.
Nada como ir a Misa no sólo el domingo, sino darte la oportunidad de disfrutarla entre semana, y permitir que el Señor te abrace, te perdone, te alimente con Su Palabra y se te entregue como alimento de vida eterna.
Todo eso es buscar en la luz y encontrar luz. No las vaciladas que nos propone un mundo que sólo busca desviarnos y distraernos, engañarnos haciéndonos creer que podemos encontrar por nosotros mismos y sin la luz de Dios lo que estamos buscando.