¿Le dices sí o le dices naaaa?
Alejandra María Sosa Elízaga*
El niño chiquito no quiere comer el guisado. Su mamá corta unos pedacitos y le dice: ‘no te los vayas a comer, ¿eh?’, y entonces el chiquillo, pícaramente, se los come, y la mamá se lo celebra.
El papá llega a casa con un paquete misterioso, comenta que compró un libro, y le dice a su hijo adolescente: ‘no lo vayas a leer, eh?, no es para chavos de tu edad’, pero lo deja a la vista, en un estante. Tal como lo supuso, su hijo toma el libro a escondidas y lo lee. Es lo que quería el papá. Sabía que si se lo recomendaba no lo leería.
Tal parece que desde chicos nos vamos acostumbrando a hacer lo contrario a lo que nos piden. Y de grandes no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer. Incluso hay quienes cuando se les propone algo, hace lo opuesto, nada más para demostrar que ‘nadie los manda’.
Pero esta actitud que en el mundo tal vez pueda tener buen final, no lo tiene en la vida espiritual.
Hacer lo contrario a lo que Dios nos pide, nunca es buena idea.
Tenemos un ejemplo de esto en la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Jer 38, 4-6. 8-10), pero para averiguarlo, no hay que conformarse con leer el texto que viene en el Misal, sino ir a la Biblia y leer lo que pasó antes y lo que pasó después.
En el capítulo anterior nos enteramos que el rey de Babilonia puso en Judá a un rey llamado Sedecías. El profeta Jeremías le anunció, de parte de Dios, que la ciudad sería invadida, y que no creyera que podría salir victorioso, que para salvar su vida y evitar que la ciudad fuera destruida, debía entregarse en manos de sus enemigos.
Era un consejo que iba contra la lógica de un rey como Sedecías, que sentía que había que hacer toda la lucha por ganar, y que muy probablemente lo podía lograr.
Los jefes que oyeron a Jeremías, quisieron matarlo, decían que sus palabras desmoralizaban a los guerreros que debían defender la ciudad. Es lo que narra la Primera Lectura. Dice que el rey los autorizó a hacer lo que quisieran con Jeremías y lo echaron en un pozo lodoso, donde hubiera muerto de hambre si no es porque un oficial de palacio le dijo al rey que debían sacar a Jeremías del pozo, pues de todos modos iba a morir de hambre, ya que no había víveres en la ciudad.
El rey aceptó que sacaran del pozo al profeta y lo llamó para volver a consultarlo. Jeremías ya no le quería responder por temor a que lo matara si le daba malas noticias, pero como el rey insistió, el profeta le reiteró lo que le había dicho antes de parte de Dios: que si se entregaba a sus enemigos, salvaría su vida y la ciudad no sería incendiada, si no, no escaparía y la ciudad sería destruida.
En el capítulo siguiente al que leemos este domingo en Misa, leemos que la ciudad, en efecto, fue invadida, y que Sedecías y sus guerreros, en lugar de hacer caso de lo que Dios pidió, salieron huyendo. Por supuesto, tal como lo predijo Jeremías, fueron perseguidos, atrapados, muchos de ellos degollados, incluidos los hijos del rey; a éste lo dejaron ciego, a todos los deportaron a Babilonia, y la ciudad fue incendiada.
Y que nadie piense que Dios los castigó por desobedientes, porque no fue así. Él les advirtió con anticipación y les dijo lo que debían hacer, pero no le hicieron caso.
Así suele suceder con nosotros.
Con anticipación el Señor nos ha advertido lo que pasará si no obedecemos lo que nos pide, por ejemplo algo tan simple como cumplir los mandamientos. Nos ha advertido de las consecuencias del pecado, pero seguimos cometiéndolo con pleno conocimiento y consentimiento.
Como ya he comentado antes, el padre Mike Schmitz (muy conocido por sus estupendos videos en youtube), tiene una magnífica definición de pecado. Dice que consiste en decir: ‘Dios: ya sé lo que quieres, pero yo quiero lo que yo quiero.’
En otras palabras, consiste en saber cuál es la voluntad de Dios y en lugar de decirle sí, decirle ‘naaaaa, tengo una idea mejor’.
Pero el pasaje bíblico que vimos hoy, y muchos otros, muestran, una y otra vez, que cuando hacemos lo que queremos en lugar de lo que quiere Dios, el resultado es siempre desastroso.