Enviados
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Allá ustedes’, ‘ahí se ven’, ‘yo ya me voy’
Son tres frases que no forman parte de las instrucciones que dio Jesús a setenta y dos discípulos a los que “mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir.”
El Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Lc 10, 1-12.17-20) narra que Jesús pidió a esos discípulos que cuando entraran en una casa dijeran: “Que la paz reine en esta casa”, y les dijo que si allí había gente amante de la paz, el deseo de paz de ellos se cumpliría, si no, no se cumpliría.
Es allí donde uno esperaría que enseguida les hubiera recomendado decir alguna de las frases mencionadas al inicio. Guiándonos por la manera como solemos reaccionar nosotros, hubiéramos esperado que Jesús les aconsejara que a esa gente que no era amante de la paz la regañaran y luego se fueran lo más lejos posible.
Pero Jesús no sólo no sugirió lo que pensamos, sino ¡todo lo contrario! Les pidió a los discípulos que ¡se quedaran en esa casa! Sí, oímos bien, les pidió que se quedaran allí donde habitaba gente que no era amante de la paz. Y tal vez más de uno pregunte: ¿que quééé?, ¿por qué les pidió quedarse si el ambiente no era favorable?
Podemos hallar al menos dos respuestas que nos da el mismo texto del Evangelio.
La primera respuesta la descubrimos si notamos que Jesús les dice: “Yo los envío”.
Eso significa que no van por su cuenta, sino de parte de Jesús, y Él no los deja solos. Aunque no lo vean junto a sí, los acompaña, está pendiente de ellos, los sostiene con Su gracia y se asegura que vayan teniendo, momento a momento, lo vayan necesitando en Su misión. Prueba de ello es que les pide que no lleven provisiones ni ropa, es decir, que confíen en que Él proveerá lo que requieran; los invita a acogerse enteramente a Su Divina Providencia.
Así que no tienen nada que temer de entrar a una casa donde no hay amantes de la paz. El Señor los tendrá en la palma de Su mano, los colmará en su interior de la paz que falte a su alrededor y les dará lo necesario para enfrentar la situación.
La segunda respuesta la encontramos al ver cómo desde el principio Jesús les advirtió que los enviaba “como corderos en medio de lobos”, como quien dice, que no esperaran que los recibieran con los brazos abiertos, sino más bien se prepararan para anunciar el Reino de Dios en situaciones adversas, en las que probablemente no sólo no serían escuchados, sino incluso atacados.
¿Qué tendrían que hacer entonces? Evangelizar primero que nada con su propio testimonio, comportarse como corderos, no como lobos, dar ejemplo de perdón, de amor y mansedumbre, curar a los enfermos, aceptar lo que les ofrecieran de comer, y, desde luego, también dar a conocer el Reino de Dios.
Lo que Jesús pidió a esos setenta y dos discípulos nos lo pide también hoy a nosotros.
También nos envía como discípulos Suyos a los lugares a donde Él quiere llegar: la familia, la escuela, el trabajo, el vecindario, la comunidad a la que pertenecemos.
Y también nos advierte que iremos como ovejas entre lobos, porque en muchos de esos ambientes es muy probable que no sea bien recibido que hablemos de Dios, es de esperar que seremos criticados, ridiculizados, incluso hostilizados.
Ya lo sabemos, ya nos lo dijo. Pero también sabemos que no nos dejará solos, que nos sostendrá con Su gracia y nos ayudará en cada paso del camino, y que podremos regresar, como los setenta y dos discípulos, “llenos de alegría” tras comprobar que siempre que nos dejamos enviar por Jesús, Él nos da el poder “para vencer toda la fuerza del enemigo.”