Dejar atrás
Alejandra María Sosa Elízaga*
Quien viaja para mudarse a otra ciudad, pero compra boletos de ida y vuelta; quien vive con su pareja pero sin casarse; quien cambia de trabajo pero en lugar de renunciar al anterior, pide permiso; quien deja de fumar pero esconde por ahí una cajetilla; quien acepta un noviazgo pero conserva los datos de posibles prospectos; quien ha adelgazado pero guarda la ropa de cuando tenía sobrepeso; quien 'escombra' la casa de 'triques' que ya no quiere ni necesita, pero los acumula en el closet o la azotea, todos ellos tienen algo en común: no se atreven a cortar de tajo con lo que deberían dejar atrás para comprometerse en una nueva situación, y van por la vida aferrados a un lazo con algo pasado que suponen les da seguridad cuando en realidad los ata y les impide avanzar.
Qué diferente la actitud de ese hombre del que nos habla la Primera Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1 Re 19,16. 19-21).
Se trata de Eliseo, un campesino que está arando tras una yunta de bueyes cuando recibe un llamado muy particular: dejarlo todo para convertirse en discípulo del gran profeta Elías. ¿Y cómo reacciona? Nos dice el texto bíblico que pide permiso para ir a decir adiós a sus padres y luego hace algo inaudito: organiza una especie de banquete de despedida.
Alguien podría preguntar qué tiene eso de inaudito, después de todo estamos muy acostumbrados a llevar a cabo este tipo de eventos cuando algún familiar o amigo se despide.
Ah!, es que aquí hay dos detalles que hacen toda la diferencia: lo que les da de comer a los invitados al susodicho banquete son ¡los bueyes con los que hacía ratito estaba arando! y lo que usa para la fogata en la que los asa es nada menos que ¡la madera de la yunta! Eso sí que es 'quemar las naves' (en versión bovina), es decir, cortar de tajo con todo lo que representa el pasado y disponerse a emprender una nueva vida.
Tenemos pues dos actitudes opuestas: la de quien no acaba de decidirse a dejar ir lo pasado y la de quien se atreve a dar el paso decisivo hacia adelante. ¿Cuál es mejor?
Quizá haya quien opine que ambas tienen sus pros y sus contras, y quizá en ocasiones eso pueda ser verdad con relación al mundo, pero con relación a la vida de la fe no lo es.
Cuando se trata de seguir a Cristo se nos llama a emprender un seguimiento radical, se nos llama a dejar atrás todo aquello que nos pueda dificultar o, peor, impedir comportarnos como verdaderos discípulos del Señor.
Cuando se trata de vivir cristianamente no caben las medias tintas, los dobles juegos, navegar en dos aguas. Aquél que nos pidió decir sí cuando es sí y no cuando es no, quiere seguidores que se definan claramente por Él; necesita seguidores que estén dispuestos a abandonar para siempre todo aquello que sea incompatible con la edificación del Reino del amor, la verdad, la justicia, la paz.
Requiere de valientes que se atrevan a soltar sus amarras, echar continuamente por la borda todo lo que estorbe (rencores, iras, egoísmos) y lanzarse a navegar en la barca que Él conduce.
El profeta Elías dejó que Eliseo fuera a despedirse, pero en el Evangelio que se proclama este domingo (ver Lc 9, 51-62) vemos que Jesús no da el mismo permiso a uno que quiere seguirle. Lo apremia a que comience ya, le hace sentir que no hay tiempo que perder cuando se trata de empezar a vivir como discípulo Suyo.
Elías era sólo un profeta, muy grande, sí, pero humano al fin y al cabo; su seguidor podía darse el lujo de demorarse en largas despedidas. Jesús en cambio es Dios. Quien quiera seguirlo debe hacerlo de inmediato.
Hoy es el tiempo de ir tras Aquel que no sólo te dio la vida sino que tiene un propósito maravilloso para ti y quiere que lo descubras ya, que empieces a vivirlo ya. Y si quieres seguirlo no debes aferrarte a nada que te atrase o atore en el camino.
Deshazte de una buena vez de ese resentimiento, de esa relación ilícita, de ese negocio chueco, de esa sarta de mentiras, de ese trato injusto, de esa actitud soberbia, de ese odio, de todo eso que quizá vienes arrastrando desde quién sabe cuándo.
Libérate, entrégale todo al Señor (ojalá en el Sacramento de la Reconciliación), quema ese yugo que te agobia y comienza ligero un camino distinto.
Dice Jesús: "el que empuña el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios" (Lc 9, 62), es decir que no puede emprender una vida luminosa quien se la pasa añorando la oscuridad en que vivía, o, peor aun, quien mantiene siempre abierta la posibilidad de vivir así otra vez, quien, por ejemplo, regresa con su esposa, pero no cierra su 'casa chica'; devuelve lo robado pero se queda una parte; tira sus videos pornográficos pero no sus revistas; ofrece su perdón pero sigue con ganas de vengarse, 'jura' que ya no tomará pero guarda una botella en su ropero.
Hoy se nos invita a optar por dejar lo malo atrás y lanzarnos hacia lo que el Señor nos pone delante. No importa si hay caídas, lo importante es la decisión, la voluntad de seguirlo, fiarnos de Él, quemar las yuntas, renunciar a todas nuestras falsas seguridades, dejar de lamentar lo que dejamos y comenzar a celebrar lo que ganamos...
(Del libro de Alejandra Ma Sosa E “Gracia oportuna”, Col. Fe y Vida, vol. 4, ciclo C, Ediciones 72, México, p. 102. Reproducido con permiso de su autora).