El sufrimiento: ¿final o comienzo?
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘¿Qué san Pablo era masoquista?’ -preguntó sorprendido un alumno del grupo de Biblia.
Acababa de leer lo que dice el Apóstol en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Rom 5, 1-5): “Nos gloriamos hasta de los sufrimientos”.
¿Por qué se atreve a hacer semejante afirmación?, ¿quién puede gloriarse de sufrir?
Normalmente la gente le huye al sufrimiento: no le gusta hablar de él, mucho menos pensar en padecerlo, y cuando tiene algún ser querido que ya está muy grave y del que se espera que pronto fallecerá, suele decir: ‘lo único que pido es que no sufra’; hay hasta una secta que busca atraer adeptos ilusos con la falsa promesa de que pararán de sufrir.
Por eso resulta comprensible que quien lee que Pablo afirma que se gloría en los sufrimientos, piense que era un masoquista, pero nada más lejos de la realidad. Pablo, como cualquier ser humano normal, ni buscaba sufrir ni lo encontraba placentero. Entonces ¿por qué hizo esa afirmación?
Lo explica él mismo a continuación, porque “el sufrimiento engendra la paciencia, la paciencia engendra la virtud sólida, la virtud sólida engendra la esperanza, y la esperanza no defrauda, porque Dios ha infundido Su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que Él mismo nos ha dado.”
Lo primero que cabe notar es que el sufrimiento es mencionado como el detonador inicial de una cadena de virtudes, con lo cual de entrada tenemos que dejar de verlo como sinónimo de infortunio, desgracia, tragedia, y cuando alguien sufre nunca debemos decirle: ‘ya te cayó el chahuistle’ (que por cierto, ni existe ni le cae a nadie), y quien sufre nunca debe pensar: ‘esto es el final, ya todo acabó para mí’. Bien entendido y aprovechado, el sufrimiento puede ser el comienzo de algo extraordinario.
Dice san Pablo que "el sufrimiento engendra la paciencia”, y más de uno dirá: ‘¿quéee?, ¿cómo que engendra la paciencia?’ Es que mucha gente experimenta todo lo contrario: cuando sufre se pone impaciente, de mal humor, le hace la vida imposible a quienes le rodean.
¿Cómo puede el sufrimiento engendrar paciencia? Cuando no se le ve como una limitación sino como una oportunidad, ¿de qué? de acercarnos a Jesús, compartir lo que Él sufrió, unir nuestro sufrimiento al Suyo, y también mejorar, crecer en nuestra vida espiritual.
Cristo nos salvó padeciendo (ver Is 53, 5; Heb 5, 8-9). Él asumió todos nuestros sufrimientos para redimirlos, para rescatarnos del pecado y de la muerte.
Si nosotros unimos nuestro sufrimiento al Suyo, le damos un sentido redentor, dejamos de padecerlo como un mal que nos apabulla y del que queremos librarnos a toda costa, y comenzamos a verlo como un medio que nos asocia a lo que Cristo sufrió, que nos da la posibilidad de poner nuestro granito de arena para colaborar con Cristo en la redención del mundo. No es que Él necesite nuestra ayuda, lo ha redimido Él solo, pero ha querido invitarnos a participar de esta redención, y podemos hacerlo uniendo nuestros sufrimiento al Suyo.
Vivido así el sufrimiento, en lugar de ser fuente de desesperación, se vuelve fuente de paz, y por eso dice san Pablo que “el sufrimiento engendra la paciencia”, sí porque la persona ya no se angustia por dejar de sufrir. Hace lo que sea necesario, claro, por ejemplo seguir el tratamiento médico, pero con serenidad, puesta en manos de Dios, con paciencia. Aprende a esperar los tiempos de Dios, a amoldarse a Su voluntad, a querer lo que Él quiera.
Por eso dice san Pablo que “la paciencia engendra la virtud sólida”. Otra traducción dice: “virtud probada”, que es más significativo, porque como decía santa Teresa de Ávila, ‘las virtudes se prueban en las ocasiones, no en los rincones’. En el sufrimiento, la virtud es probada, en el amplio sentido de la palabra: es puesta a prueba y es también demostrada.
Quien sufre con paciencia, crece en virtud, aumenta su fe en Dios, y también su caridad con los hermanos, su humildad, empatía, solidaridad, comprensión, gratitud...
Dice san Pablo que “la virtud engendra la esperanza”, sí porque quien une sus sufrimientos a los de Cristo, viviéndolos con paciencia, tiene puesta en Él su fe y su esperanza de que no quedará sin recompensa, y basa su esperanza en la certeza de que Dios nos ama y ha derramado Su amor en nosotros mediante Su Espíritu Santo.
¿Es inevitable que suframos? Sí. Porque este mundo no es para siempre, y aquí todos enfrentaremos, de una u otra forma, sufrimientos. La pregunta no es si sufriremos, sino cómo sufriremos. ¿Dándonos de topes contra la pared o aprovechándolos para acercarnos más a Jesús y crecer en la virtud?
En este domingo en que celebramos a la Santísima Trinidad, las palabras de Pablo vienen oportunas a recordarnos que no estamos solos ni sufrimos solos, contamos con una ayuda extraordinaria: el Padre nos tiene acurrucados en Sus manos, estamos unidos a Cristo, y bajo la guía amorosa del Espíritu Santo.