Esa cosa tan extraña
Alejandra María Sosa Elízaga*
“Voy a ver de cerca esa cosa tan extraña”
Fue lo que dijo Moisés cuando estaba pastoreando el rebaño de su suegro y se topó en el monte con una zarza que estaba ardiendo sin consumirse.
Fue el medio que Dios empleó para llamar la atención de Moisés. La puso en su camino, a ver cómo reaccionaba, y Moisés, por así decirlo, mordió el anzuelo.
Entonces, según nos cuenta la Segunda Lectura que se proclama en Misa este Tercer Domingo de Cuaresma (ver Ex 3,1-8.13-15), “viendo Dios que Moisés se había desviado para mirar, lo llamó desde la zarza.”
Fue su primer encuentro.
Es una gran idea llamar la atención de alguien presentándole algo fuera de lo normal, algo que le haga detenerse, preguntarse qué pasa y por qué.
Moisés quería averiguar por qué la zarza no se quemaba. Nunca había visto, y no le cabía en la cabeza que fuera posible, que un arbusto estuviera incendiándose y siguiera intacto, sin chamuscarse. Y de ahí se valió Dios para llamarlo.
Y así como lo hizo entonces, lo sigue haciendo ahora.
Sigue poniendo en el camino de quienes menos se lo esperan, algo que quiere que capten, que los mueva a investigar y a orientar sus pasos hacia Él.
Y para ello, cuenta con nosotros.
Espera que los demás vean en nuestra manera de ser y de reaccionar ante las circunstancias de la vida, algo que los asombre y los haga acercarse a averiguar a qué se debe.
Quiere, que la gente se pregunte, por ejemplo, ¿qué clase de fuego arde en nuestro interior, que a pesar de una grave ofensa, no nos quema el rencor; ante una injusticia, no nos consume la ira, y no nos desmoronamos en cenizas ante una dificultad, una tragedia?
Dios espera que seamos Su zarza ardiente en el camino de quienes no lo conocen. Quiere que cuando nos vean reaccionar de modo completamente distinto a lo que consideran ‘normal’, es decir, sin odio, sin venganza, sin violencia, sin desesperación, se les despierte la curiosidad, deseen averiguar a qué se debe “esa cosa tan extraña”, y descubran que la razón de nuestra aparentemente incomprensible actitud, es nuestra fe en el Señor, que nos ha incendiado con Su amor, que nos llena el alma con Su luz, y nos sostiene y nos fortalece con Su gracia para poder enfrentar cualquier circunstancia sin perder la paz, la caridad o la esperanza.
Quiere que ese fuego que mantiene encendido en nuestro interior, no sólo asombre a quienes estén a nuestro alrededor, sino los alumbre para encaminarse hacia Él, y, como Moisés, oírle, responderle, dejarse encontrar por Él.