Desde chiquitos
Alejandra María Sosa Elízaga*
Un famoso violinista decidió tocar en uno de los túneles del metro de París.
Virtuoso como era, interpretó de maravilla una obra de Mozart. Mucha gente salía y entraba, apresurada, sin prestarle atención, dando por hecho que no se puede esperar que sea bueno un violinista que toca en semejante lugar.
Pero también hubo quienes supieron apreciar la belleza de la música y se dieron la oportunidad de escuchar.
El video filmado en ese momento, muestra que entre los que quisieron detenerse a disfrutar el concierto, estaba un niño pequeño, que iba de la mano de su mamá y se le soltó para quedarse paradito, callado, atento, fascinado oyendo al músico.
Era claro que ese chiquillo tenía una sensibilidad especial, y un don para dejarse emocionar por la belleza de lo que escuchaba. Quién sabe si de esa experiencia surgiría después un anhelo de aprender a tocar, o incluso una carrera musical.
Suelen decir los papás: ‘ya lo traía desde chiquito’, refiriéndose a algún talento de un hijo, a un marcado interés en algo que desde siempre le llamó mucho la atención, y que cuando creció fue lo que le motivó a elegir determinada profesión, a dedicarse su vida a aquello.
Pensaba en esto al leer el Evangelio que se proclama en Misa este domingo en que la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia (ver Lc 2, 41-52).
Narra san Lucas que cuando Jesús cumplió doce años, fue con María y José a Jerusalén, para las festividades de Pascua. Y no volvió con la caravana en la que habían ido, se quedó. Y ¿dónde se quedó? En el Templo. Fue a sentarse a donde estaban los doctores (no se refiere a médicos, sino a los doctores de la Ley, es decir los expertos en las Sagradas Escrituras), y se la pasó encantado con ellos, conversando, “escuchándolos y haciéndoles preguntas”.
Fascinado desde chico, el Niño Jesús, con las cosas de Dios, se olvidó de todo, de reunirse con la caravana, y, más importante todavía, de avisarle a su Mamá que Él deseaba quedarse (tal vez aplicó el dicho de ‘más vale pedir perdón que pedir permiso’).
Y cuando José y María, que ya iban de vuelta, se dieron cuenta de que Jesús no venía en el grupo, se regresaron a buscarlo, y al hallarlo Ella le preguntó por qué había hecho eso, Él le respondió, genuinamente extrañado de que hubieran estado buscándolo angustiados: “¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de Mi Padre?”
El deseo de ocuparnos de las cosas de Dios, es algo que también nosotros ‘ya traemos desde chiquitos’, desde nuestro Bautismo, cuando recibimos al Espíritu Santo con todos Sus dones, incluido el don de piedad, que nos permite gozar nuestra vida de fe, vivir con verdadera alegría el tiempo que dedicamos a dialogar con Dios en la oración, a leer y reflexionar Su Palabra, a tener un encuentro íntimo y personal con Él en la Eucaristía.
Pero el mundo nos distrae, y lo urgente nos hace olvidar lo más importante.
Qué bueno aprender de Jesús a perdernos un poco para el mundo, a escaparnos tantito de las cosas secundarias, dejar, por un momento, de ser seguidores de caravanas, y atrevernos a descubrir y preferir lo esencial, encontrarnos, y poder ser encontrados, ocupándonos con pasión de las cosas de nuestros Padre celestial.