Amar, velar, orar
Alejandra María Sosa Elízaga*
Desde septiembre nos vemos tentados a vivir por adelantado eventos a los que todavía les falta mucho por llegar. Es que en su afán de asegurar las ventas de sus ‘artículos de temporada’, algunos comerciantes se anticipan tanto, que en muchos almacenes encontramos, en un mismo pasillo, banderas y objetos conmemorativos del ‘mes de la patria’, máscaras, brujas y monstruos del nefasto Halloween, y ¡esferas y decoraciones navideñas!
Y ahora que apenas comienza el Adviento, tiempo de cuatro semanas previas a la Navidad, ya vemos que en vitrinas, hogares y parroquias, se exhiben Nacimientos en los que ya de una buena vez han puesto ¡hasta a los Reyes Magos!
Es curioso, vivimos adelantándonos a los acontecimientos, y sin embargo pasamos por alto un evento futuro que con toda seguridad va a llegar y para el que sí nos debíamos preparar. Me refiero a la Segunda Venida de Jesús.
Quizá la gente lo pasa por alto, en parte por miedo, y en parte porque no hay comerciante que para ese día pueda ofrecer algo: ese día nadie tendrá la ocurrencia -ni le daría tiempo- de ondear banderitas y tocar cornetas, disfrazarse de algo siniestro, dar regalos o cenar pavo. Para este evento habrá que prepararse de manera muy diferente.
Los dos primeros domingos de Adviento nos invitan a reflexionar acerca de esto.
En la Segunda Lectura de la Misa dominical (ver 1Tes 3, 12-4,2), san Pablo pide a Dios que nos colme de amor, para que estemos preparados para cuando “venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos”.
Y en el Evangelio (ver Lc 21, 25-28.34-36), el propio Jesús advierte que un día volverá “en una nube, con gran poder y majestad”, pide que estemos alerta y nos advierte: “que los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.”
Lamentablemente Su advertencia parece caer en oídos sordos, porque justamente en estos días mucha gente se dedica a los vicios, a la embriaguez de los brindis de fin de año, y a las preocupaciones de esta vida, que si habrá o no aguinaldo, que si alcanzará o no para los gastos navideños y de fin de año, etc.
Hacemos lo opuesto a lo que nos pide el Señor y nos quedamos ¡tan tranquilos!
Como no sabemos cuándo volverá, pensamos que puede tardar, pero la verdad es que puede llegar hoy. ¿Estamos preparados?
Y si no es así, ¿cuál es la mejor manera de prepararnos por si acaso?
Dice san Pablo: “ya conocen las instrucciones que les hemos dado de parte del Señor Jesus”. ¿A qué instrucciones se refiere?, ¿qué instruyó Jesús? Él dejó un solo mandamiento: amarnos unos a otros como Él nos ama (ver Jn 13, 34-35).
San Pablo pide que el Señor no sólo nos llene, sino nos haga “rebosar de amor mutuo y hacia todos los demás”
Queda claro que amar es la primera manera como nos hemos de preparar para la venida de Jesús. Y Él mismo añade otras dos.
En el Evangelio nos pide velar y orar.
Apenas empezando el Adviento, y ya tenemos tres buenos propósitos para vivirlo:
Amar, es decir, desear, buscar, hacer lo que esté a nuestro alcance por el bien de los demás.
Este Adviento propongámonos amar, pero no de manera genérica que como no aterriza, acaba por perderse en la nada. Empeñémonos en amar a alguien concreto, por ejemplo alguien que nos cae mal, alguien que nos ha hecho daño, alguien a quien nunca se nos había ocurrido amar.
Velar, es decir, estar atentos para percibir la presencia amorosa de Dios en nuestra vida, a cada momento, y también estar atentos para diferenciar muy bien cuál es la voluntad de Dios para nosotros, y cuáles son las propuestas del mundo, que suelen ir en sentido contrario.
Cada día hemos de procurar analizar las opciones que se nos van presentando, a lo largo de la jornada, y no dejar que nos duerman, que nos manipulen, que nos lleve la corriente, negarnos a vivir como sonámbulos, que deambulan dormidos sin despertarse a la realidad que los rodea.
En la mañana planear nuestro día proponiéndonos en todo darle gusto a Dios, y en la noche examinar nuestra jornada detectando si supimos o no responder a las oportunidades de amar que Dios nos fue poniendo en el camino. Y si no lo hicimos, pedirle perdón y pedirle también Su gracia para lograrlo al día siguiente.
Orar, darnos cuenta de que Jesús está siempre a nuestro lado, y no ignorarlo, sino hablar siempre con Él, y además dedicar tiempo a visitarlo para recibirlo y para adorarlo.
Que con la ayuda de Dios aprovechemos el Adviento para amar, velar y orar, y así preparar el corazón para le venida del Señor.