Permanece
Alejandra María Sosa Elízaga*
El marcador está empatado, cuatro cuatro, y no me refiero a un partido deportivo.
En una capilla a la que suelo asistir, estábamos haciendo memoria de que desde su fundación, hace cincuenta años, se han encargado de ella ocho sacerdotes en total, de los cuales cuatro todavía viven y cuatro ya murieron.
Y de los cuatro fallecidos, sólo sabemos nombre y apellido de dos, de los otros dos sólo recordamos el nombre de uno, y el apellido del otro.
Es triste, pero muy común, que a una comunidad llegue un sacerdote que durante un tiempo, corto o largo, mantiene una cercanía con la feligresía: celebra Misas, bautismos, bodas, quinceaños, aniversarios, funerales; confiesa a la gente y pide por ella. Pero llega un día en que se va o se muere, y la gente que antes disfrutaba de su presencia e intercesión, tiene que hacerse el ánimo de ya no contar con su cercanía, y una y otra vez tiene que empezar a conocer y a confiar, en cada nuevo sacerdote que llega a su comunidad.
Recordaba esto al leer que en la Segunda Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver Heb 7, 23-28), dice que “durante la antigua alianza hubo muchos sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer en su oficio. En cambio, Jesús tiene un sacerdocio eterno, porque Él permanece para siempre.”
Qué consolador saber que contamos con la eterna intercesión de Jesús, que no cambia, que no se va (Dios no se muda, diría santa Teresa), sino que permanece para siempre con nosotros, intercediendo por nosotros ante el Padre.
En un mundo en que todo cambia, en que sentimos la inseguridad de lo efímero, es reconfortante tener la certeza de que Jesús, nuestro sumo sacerdote, no se morirá ni se irá, nunca estará lejos de nosotros, nunca nos será imposible comunicarnos con Él y nunca nos olvidará. Permanece para siempre.