Lo que Dios ha unido
Alejandra María Sosa Elízaga*
“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”
Esta frase, que dice Jesús en el Evangelio que se proclama este domingo en Misa (ver Mc 19, 2-16), la pronuncia el ministro que preside un Matrimonio, al final de la liturgia sacramental, una vez que los novios han expresado su libre voluntad de contraer Matrimonio, y se han prometido mutuamente ser fieles en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarse y respetarse todos los días de su vida.
Lamentablemente, en no pocos casos, esa frase parece ser sólo una buena intención, porque la realidad es otra, y muchas parejas se separan o divorcian a los pocos meses o años de casarse.
¿Qué se puede hacer para evitar esto?
Que la primera parte de dicha frase no se tome como referida únicamente al momento en que los novios contraen matrimonio, sino a su situación previa y a su situación posterior.
Situación previa
‘Lo que Dios ha unido’ debe también significar que ha sido Dios el que ha unido a la pareja desde el principio. Que no simplemente se gustaron y se hicieron novios por casualidad, sino que encontrarse fue una ‘diocidencia’, y que cuando cada uno se atrevió a preguntarle a Dios: ¿qué quieres para mí?, ¿quieres que me case?, y en caso de que sea así, ¿quieres que me case con esta persona?, Él respondió: ‘sí’.
Los novios han de invitar a Dios al noviazgo, aprovechar éste como un tiempo para conocerse, platicar, desde luego vivirlo en continencia, respetar su castidad, y procurar asistir a algún retiro para novios.
Y así, si deciden casarse, no será por razones superficiales: ‘es que está bonita’, ‘es que es guapo’, ‘cocina bien’, ‘me va a mantener’, ‘quiero lucir espectacular en un precioso vestido en una hermosa ceremonia y que me tomen fotos’, ‘quiero darle gusto a mi familia’, ‘quiero matar de envidia a mis amigos’.
Los que se casan con esas frívolas motivaciones, se separan cuando a la bonita le salen arrugas, al guapo lonjas, la que cocina bien pierde la sazón o el que la iba a mantener pierde el trabajo (por cierto hay por ahí un audio que circula en redes donde un ignorante locutor de radio pide escuchar un texto que juzga genial y que atribuye equivocadamente al Papa Francisco, en el que supuestamente éste aconseja: ‘si tu pareja no te hace feliz, cámbiala y búscate otra’. ¡Qué locura creer que el Papa pudiera decir semejante cosa!).
Los que contraen un matrimonio del que se puede afirmar que Dios lo ha unido tienen como motivación principal el amor, porque Dios es amor (ver 1Jn 4, 8). Cada uno piensa respecto a su pareja: ‘le amo tanto que quiero dedicar mi vida a hacerle feliz, a ayudarle a ser como Dios quiere que sea.’
Se comprende entonces que puedan prometer ser fieles en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y amarse y respetarse todos los días de su vida’.
Situación posterior
‘Lo que Dios unió’ se sigue cumpliendo cuando los novios no sólo se aman y desean hacerse mutuamente felices, sino que no confían en sus propias míseras fuerzas, sino que piden y reciben la gracia de Dios que les permite mantenerse juntos hasta que Dios los llame a Su presencia. Se aman, comprenden, perdonan; oran juntos, acuden a Misa, se confiesan con frecuencia, comulgan; rezan el Rosario, en suma, comparten una vida cimentada en el amor del Señor.
Los esposos que hacen eso, permanecen juntos, porque dejan que actúe la gracia sacramental que recibieron cuando se casaron.
Así, tenemos que los novios han de mantenerse unidos en el amor del Señor en tres momentos clave: antes, durante y después de casarse.
Entonces sí que lo que Dios ha unido, jamás lo separa el hombre.