Fe mostrada
Alejandra María Sosa Elízaga*
‘Me impactó que conocía muy bien la Biblia, no pensé que la leía.’
‘Me sorprendió averiguar que se levantaba tan temprano porque ¡iba a Misa!’
‘No podía creer que ¡fue capaz de perdonarme!’
‘Era la única persona del grupo que nunca hablaba mal de nadie.’
‘Sabía dar respuestas lógicas y bien informadas a mis dudas’
Son frases que dijeron unos jóvenes cuando les preguntaron qué fue lo que les movió a acercarse a la Iglesia Católica. De los cinco, tres provenían de otras religiones, una era agnóstica y otro ateo, pero todos tenían algo en común: no les había interesado en lo más mínimo la fe católica hasta que conocieron a algún católico cuyo testimonio los dejó impactados. Eso fue lo que los motivó.
Y cabe hacer notar que dicho testimonio no era algo fuera de este mundo, sino algo muy sencillo, algo que puede expresarse con una sola palabra: coherencia.
Encontraron a alguien que vivía con coherencia su fe, y eso marcó la diferencia.
En la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa ver Stg 2, 14-18), el apóstol Santiago afirma que la fe “si no se traduce en obras, está completamente muerta”; reta a sus oyentes a ver cómo sin obras pueden mostrar su fe, dando a entender que ello es imposible, y termina diciendo: “con mis obras te demostraré mi fe”.
Y tal vez haya quien piense que eso de las ‘obras’ se refiere a las que emprendían los santos, de las que se entera con admiración al leer sus biografías, notables obras de caridad como edificar hospitales o asilos, o tal vez participar en obras misioneras en países lejanos o hacer algo heroico para lo que no se siente capacitado.
Pero no es así. Dios no nos pide nada que rebase nuestras fuerzas. Y siempre que nos pide algo, nos da Su ayuda para que podamos lograrlo. Y aunque efectivamente inspira a algunas personas a realizar obras extraordinarias, a nosotros nos pide simplemente que nos esforcemos por vivir de acuerdo a nuestra fe.
Ello puede traducirse en algo tan sencillo como que no nos dé flojera leer la Biblia. (alguien que nos ve leyéndola en casa, o en el tiempo de descanso en la escuela o el trabajo, puede sentirse motivado a imitarnos); o que aunque nos desvelemos o haya algo interesante en la televisión, vayamos a Misa (puede despertar la curiosidad de alguien ver que nosotros consideramos que allí sucede algo tan importante que no queremos perdérnoslo); que no guardemos rencor (la gente se pregunta: ¿cómo le hizo para poder perdonar?, ¿de dónde saca esa capacidad?); que no participemos en murmuraciones y chismes (los demás cuestionan: ¿cómo le hace para resistir la tentación de no juzgar ni hablar mal de nadie?); que nos esforcemos por conocer y dar a conocer lo que enseña la Iglesia (dar razones sólidas de nuestra fe, puede animar a otros a quererla conocer).
Ahí donde estamos. y con quienes nos encontramos todos los días, tenemos muchas oportunidades de mostrar nuestra fe traducida en pequeños gestos de amor, bondad, rectitud, comprensión, honestidad, y dar un testimonio que pueda motivar a alguien a acercarse al Señor.Y no se trata de vivir nuestra fe para lucirnos, sino de simplemente vivirla, lo mejor que podamos, con sencillez y pureza de corazón. Ya Dios se encargará de que eso pueda tocar a alguien y tal vez moverlo a conversión.