Más allá de las apariencias
Alejandra María Sosa Elízaga*
Dice un dicho: ‘como te ven, te tratan’, y como suele suceder con los dichos, es verdad.
He visto a un patrón darle un cheque a un obrero para que lo vaya a cambiar al banco, y a éste regresar diciendo que no se lo quisieron cambiar, y cuando el patrón fue al banco sí se lo cambiaron. ¿La razón del rechazo inicial? Que sospecharon del obrero porque iba en ropa de trabajo, sucio y un poco despeinado.
También me tocó ver cuando fui hace años por una visa, que a la señora frente a mí, que era una mujer muy humilde, madre de un migrante, se la negaron, y de modo muy poco amable.
Es una pena que la famosa ‘primera impresión’ nos mueva a mirar a las personas para juzgarlas, y peor aún, para discriminarlas.
En la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver Stg 2, 1-5), pide el apóstol Santiago: “Puesto que ustedes tienen fe en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no tengan favoritismos.”
Es muy significativo que empiece recordándonos no sólo nuestra fe en Jesús, sino en Jesús glorificado. ¿Cuándo fue glorificado Jesús? ¡En la cruz! Cuando como anunció siglos antes el profeta Isaías, estaba “tan desfigurado que no tenía apariencia humana” (Is 52, 14).
En la cruz Jesús no lucía como estamos acostumbrados a verlo en nuestros crucifijos, con apenas unos hilitos de sangre bajando de una coronita de espinas, otro hilito de sangre manando de Su costado y párale de contar.
Estaba como lo revela la Sábana Santa, salvajemente herido por cincuenta espinas clavadas en su cabeza, ciento veinte azotes que le desgarraron la piel, heridas de clavos en muñecas y tobillos, una lanzada en el costado, las rodillas raspadas, y el rostro escupido, hinchado y amoratado por los golpes. Se veía, como profetizó Isaías, “despreciable...como uno del cual se aparta la mirada,.” (Is 53, 3).
Es por ello muy significativo que Santiago empiece haciéndonos ver que si nosotros tenemos fe en Aquel que cuando fue glorificado en la cruz no tuvo “aspecto que pudiésemos estimar” (Is 53, 2), y sin embargo lo amamos, lo seguimos, en Él creemos, hemos de amar también a los hermanos, independientemente de cómo se vean.
En ese sentido, ejemplo de profesión de fe tuvo el ‘buen ladrón’, que supo reconocer en ése hombre desfigurado que crucificaron a su lado, al Rey de reyes, y pedirle que se acordara de él cuando estuviera en Su Reino. ¡Así logró robarse a última hora el Paraíso!
Santiago nos pide coherencia. Si somos capaces de seguir al Jesús que fue humillado al máximo en la cruz, no nos volteemos hacia otro lado cuando vemos a alguien cuyo aspecto nos provoca desagrado. ¡Es el mismo Jesús! ¡Hay que aprender a descubrirlo más allá de su apariencia, saber reconocerlo!
Cabe comentar que en este sentido, algo muy positivo que tienen las redes sociales hoy en día, es que la gente puede establecer relaciones de amistad o de negocios con personas a las que nunca ha visto y a las que quizá nunca verá. Claro, como en todo, es un arma de dos filos, pues por un lado, escudarse en el anonimato permite que haya quien se lance a decir cosas terribles que no se atrevería soltar si se supiera de quién vienen, pero por otra parte, el no conocer cómo se ve la persona con la que se trata, resulta interesantísimo, pues impide juzgar por apariencias, poner barreras por prejuicios.
Así, quien suele catalogar a las personas en apreciables o despreciables según su raza, peso, condición social, por cómo se ven o se visten, de pronto puede desarrollar una estupenda relación con alguien que entra precisamente en la categoría que detesta y con quien jamás se hubiera relacionado en la vida real. No verle le da oportunidad de permitirse conocer su corazón, ir más allá de lo superficial.
Santiago nos pide no tener favoritismos, y se refiere específicamente a no favorecer a los ricos por encima de los pobres, y pone el ejemplo de quien invita a un rico a sentarse y pide a un pobre que se quede de pie (ver Stg 2, 2-4), pero esto aplica también a no cometer la injusticia de favorecer a quienes nos caen mejor, a quienes admiramos o consideramos influyentes y de quienes esperamos en retribución algún favor.
El punto es que no consideremos a unas gentes dignas y a otras indignas de nuestra atención y consideración.
¿Por qué no podemos discriminar? Sencillamente porque somos cristianos. Estamos llamados a ser como Jesús, a no juzgar a nadie por su aspecto externo (ver Is 11,3; Mt 22, 16), sino amarle como Jesús nos ama, y nos pide que amemos (ver Jn 13, 34-35).