¿Por qué no cambia?
Alejandra María Sosa Elízaga*
Cambiar por cambiar, o cambiar para quedar bien, o cambiar para ir acorde con lo que está de moda, lo que se usa.
Es algo que suelen hacer muchas personas e instituciones, pero no la Iglesia Católica.
Y hay quien piensa que la razón de esto es su ‘conservadurismo’, que es ‘medieval’ (quién sabe por qué les gustó la Edad Media para atacar a la Iglesia diciendo que es de esa época, se nota que no saben que lejos de ser un tiempo de oscura ignorancia, fue cuando empezaron las primeras universidades, patrocinadas por la Iglesia, y dio gran impulso a la ciencia y al conocimiento).
Hay gente que se impacienta con la Iglesia porque ésta no modifica sus principios, sus enseñanzas, su doctrina. Quieren que se’ modernice’, se ‘actualice, adecue su doctrina a los tiempos actuales.
Ponen como ejemplo las más de treinta mil denominaciones religiosas protestantes, que son muy ‘democráticas’, resuelven todo por votación a mano alzada y son capaces de abandonar sus más arraigados principios de la noche a la mañana.
¿Por qué la Iglesia se empeña en mantenerse igual?
Recibimos un anticipo de respuesta en la Primera Lectura que se proclama en Misa este domingo (ver Dt 4, 1-2.6-8).
Moisés le dice al pueblo que de los mandatos y preceptos que les ha dado el Señor: “No añadirán nada ni quitarán nada”.
Queda claro que el pueblo no tenía autoridad para alterar los mandatos de Dios. Debía limitarse a escucharlos, ponerlos en práctica y pasárselos a sus hijos. En otras palabras, reconocer la superioridad de la sabiduría divina, y adherirse a ella sin intentar cambiarla.
Lo mismo puede decirse de la Iglesia.
Su papel es el de custodiar la Sagrada Escritura y la Tradición Apostólica, es decir, lo que enseña la Palabra de Dios, y las enseñanzas de los Apóstoles que se han venido transmitiendo, fiel e ininterrumpidamente, desde el inicio del cristianismo. Debe guardarla, interpretarla, enseñarla, pero nunca alterarla.
En la Iglesia Católica la doctrina no se decide por votación. Lo que Jesús enseñó a Sus apóstoles y éstos a sus sucesores, es lo que sigue enseñando hoy. Pésele a quien le pese.
Decía san Ireneo de Lyon: “La Iglesia, diseminada por el mundo entero hasta los confines de la tierra, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos la fe...guarda diligentemente la predicación...y la fe recibida, habitando como en una única casa; y su fe es igual en todas partes, como si tuviera una sola alma y un solo corazón, y cuando predica, enseña y transmite, lo hace al unísono, como si tuviera una sola boca...
El mensaje de la Iglesia es, pues, verídico y sólido, ya que en ella aparece un solo camino de salvación a través del mundo entero...
Esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un contenido de gran valor encerrado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso mismo que la contiene.” (C.E.C. 173-175).
Qué interesante que diga que ese contenido ‘rejuvenece’, cuando hay quien parece creer lo contrario.
El hecho de que la Iglesia se mantenga firme en sus enseñanzas desde hace dos mil años, no la hace vetusta y rígida, sino sólida y confiable. Sus miembros pueden apoyarse en ella y tener la entera confianza de que no cambiará sus principios y enseñanzas, y que no le saldrá mañana con que aprueba algo descabellado sólo porque el mundo lo ha aprobado.