y los envió por delante...
a todas las ciudades y sitios a donde ÉL había de ir...'
(Lc 10,1)

Injusticia

Alejandra María Sosa Elízaga*

Injusticia

¡No es justo!

Es una frase que suele ser dicha en tono de reclamo, de enojo, de frustración.

Sin ir más lejos, esta semana se la escuché a un niño al que su mamá le pidió a él, y no a sus hermanos, que hiciera cierta labor en el hogar que a él no le gusta hacer; se la oí a una adolescente que fue reprobada en una materia, porque según ella el maestro le tiene ‘tirria’; a un trabajador que comentó que en su empresa le rebajaron su salario, y una señora a la que su ex marido pretende despojar de su casa.

Suele indignarnos y enfurecernos no ser tratados como según nosotros merecemos, en especial cuando percibimos que hemos sufrido una injusticia.

Y si hiciéramos una encuesta y preguntáramos a la gente: ‘¿aceptarías voluntariamente ser víctima de alguna injusticia?’, es casi seguro que nadie respondería que sí. 

Por eso llama la atención lo que afirma san Pedro en la Segunda Lectura que se proclama este domingo en Misa (ver 1Pe 3, 18-22). 

Dice que Cristo murió “por los pecados de los hombres; Él, el justo, por nosotros los injustos, para llevarnos a Dios.” 

Sí existe Alguien al que si le preguntáramos si aceptaría voluntariamente ser víctima de una injusticia, no sólo respondería que sí, sino que nos diría que ya lo hizo.

Jesús, que nunca cometió pecado, asumió nuestro pecado.

Consideremos que debe haber sido terrible para Él, que, como dijo san Pedro, “pasó haciendo el bien” (Hch 10, 38), tener que asumir todo el mal de la humanidad, lo más despreciable, vergonzoso, oscuro, del ser humano, para redimirlo. 

Imagínate que trajeras puesta una ropa blanca, impecable, y tuvieras que sumergirte en una inmunda alcantarilla, en un líquido denso, apestoso y nauseabunda, para rescatar a alguien que está ahogándose en él. ¿Lo harías? Tal vez si fuera un ser querido, sí. Pero, ¿lo harías por alguien que te cayera mal?, pero aún, ¿lo harías por un enemigo tuyo? Probablemente no.

Jesús sí lo hizo.

Siendo justo, pagó por los injustos. ¿Por qué? Por amor a nosotros, para rescatarnos del pecado.

Dice san Pablo: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.” (Rom 5, 8).

Cuando contemplamos la terrible injusticia que Jesús aceptó por amor a nosotros, y la comparamos con las injusticias que sufrimos en nuestra vida cotidiana, éstas palidecen.
Ninguna que suframos nosotros se puede comparar a la que sufrió Él, que, sin merecerlo, fue condenado, abofeteado, escupido, salvajemente flagelado, coronado de espinas, cargado con la cruz, crucificado, insultado, humillado, y dio Su vida para pagar una deuda que era nuestra, no Suya (ver Col 2, 13-14).

Meditar en esto nos ayuda a poner las cosas en perspectiva. No digo que para cruzarnos de brazos ante las injusticias que sufrimos, pero sí para asumirlas de manera muy diferente. 

Nos ayuda, por ejemplo, a verlas en su justa medida, y a no sulfurarnos por naderías; a no quejarnos, o al menos no quejarnos tanto; a hallar en Él la fortaleza para levantarnos, hablar con la verdad, luchar por enmendar la injusticia, e incluso perdonar a quien nos la hace, y, en todo caso, unir lo que sufrimos a lo que sufrió Jesús, hallarle su sentido redentor, aceptarlo con gratitud y ofrecérselo con amor. 

Publicado el domingo 18 de febrero de 2018 en la pag web y de facebook de Ediciones 72