Para gloria de Dios
Alejandra María Sosa Elízaga*
¿Te ha sucedido que has hecho algo por alguien y no te lo ha agradecido?
¿Que has participado intensamente en un proyecto, y otro se ha llevado el crédito?
¿Que has realizado un trabajo excelente y pasó desapercibido?
¿Que le hiciste un gran favor a alguien y no sólo no lo tomó en cuenta, sino te reclamó?
¿Que durante muchísimo tiempo has realizado abnegadamente una tarea que los demás no sólo no te reconocen, sino la dan por hecho?
¿Que te esfuerzas en vivir cristianamente y a veces parece que en lugar de mejorar, las cosas empeoran?
Si has respondido afirmativamente a una o más de estas interrogantes, entonces tal vez sentiste frustración o enojo.
Es muy ‘humano’ eso de esperar que cuando haces algo, los demás lo reconozcan y te lo agradezcan.
A mucha gente la motiva a actuar el deseo de despertar simpatía, gratitud, admiración. Y si no lo obtiene se trauma, se molesta o se desanima, siente ganas de tirar todo por la borda, de echar todo a volar.
Entonces llega oportuna la Palabra de Dios que se proclama en Misa como Segunda Lectura este domingo (ver 1Cor 10, 31 - 11,1).
Con una sola frase, san Pablo propone el remedio genial para evitar este tipo de frustraciones, traumas y desánimos:
Dice el apóstol: “Todo lo que hagan ustedes, sea comer, o beber, o cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios.”
¡He ahí una fórmula infalible!
Si lo haces todo por Dios, para gloria de Dios, entonces ya no te va a importar si nadie te lo agradece, si otro-s se lleva-n el crédito, si tu empeño pasa desapercibido, o incluso si resulta contraproducente.
Dios lo nota, sabe lo que te ha costado realizar aquello.
Puedes tener la absoluta certeza de que a Dios no se le va una, y no deja sin recompensa ninguna buena acción, incluso si no te fue posible llevarla a cabo y quedó sólo en buena intención.
Hacer las cosas buscando el reconocimiento de los demás es una pésima motivación, no sólo porque si no lo obtienes te frustras, sino porque si lo obtienes, ésa será tu única recompensa (y francamente ¡qué pobre recompensa!).
En cambio, hacer las cosas para gloria de Dios, garantiza que no te frustres, aun si en aquello que hagas fracasas, porque sabes que Él valorará y tomará en cuenta, para recompensarte, no sólo el resultado que obtuviste, sino lo que te esforzaste.